Ayer miércoles 3 de junio se celebró el día mundial de la bicicleta, también llamada cicla, bici, caballito de acero y caballito de ruedas. Por motivos de cuarentena, no se pudieron realizar los desfiles que los bicicleteros (¿o bicicletierreros?) tenían programados en distintas ciudades del mundo, para celebrar su fiesta. Pero no importa. Otro día será, sin tapabocas y de brazo, con bicicleta o sin cicla, a pata o a pie, como sea, haremos el desfile para rendirle honor a este vehículo que tanto le ha servido a la humanidad.
No estoy muy seguro si Adán usaba bicicleta para ir a revisar sus cultivos en el Paraíso o para mostrarle a Eva el malecón del Tigris y del Éufrates. O tal vez se iba a caballo en su yegua mora. Pero lo que sí aseguran los historiadores (y a los historiadores hay que creerles) es que en el antiguo Egipto y en la China vieja existieron unos aparatos pequeños de palo y de bambú con dos ruedas, que servían para movilizarse.
Poco a poco la idea fue mejorando y las bicicletas también. En Alemania, en Francia, en Polonia, Inglaterra y otros países de Europa fueron apareciendo bicis de diversas formas, con llantas grandes y pequeñas, con manubrios, sin o con pedales, de uno o dos puestos, en fin, para todo tamaño, gusto y condición. Pero se tiene como inventor de la bicicleta tal como hoy la conocemos al alemán Karl Christian Ludwing Drais von Sauerbronn (un nombre facilito como decir José María Pérez) alrededor del año 1800.
Desde entonces son miles y miles de millones los hombres y mujeres que han pedaleado para llegar a la meta o hacer mandados o hacer ejercicios o simplemente para salir a pasear.
La primera bicicleta que yo conocí la llevó a Las Mercedes un maestro de escuela, ocañero, Juan Francisco Vila. La llevó desarmada en sus bestias don Ángel Facundo Botello, arriero de profesión y patriarca del pueblo, que entre semana era arriero, y los domingos, jugador de bolo criollo en la plaza. El maestro Vila la armó y era el espectáculo, en una villa donde sólo conocíamos mulas, burros y uno que otro caballo. A los buenos alumnos el maestro no los sacaba a izar bandera, sino que les daba los domingos, después de la misa, una vuelta por el pueblo en la cicla. Los demás nos quedábamos muertos de la envidia.
La primera mujer que montó en bicicleta en Las Mercedes fue Vianny Jaimed, hija del turco José, hermosa chica que en shores salía todas las tardes a la plaza a lucir su bicicleta y sus piernas. Mucho después, Vianny fue profesora en el pueblo.
El mundo entero en general y nuestra ciudad en particular tienen hoy mucho que agradecerle a la bicicleta. No echa humo, al contrario de las busetas cucuteñas. No consume gasolina, o sea que no fomenta el contrabando. No produce muertos sino raspaduras de canillas. El conductor no puede dormirse porque debe ir pedaleando. Sirve para transportarse y para llevar en barra o en parrilla al amigo o a la amiga. Sirve para hacer ejercicio. En cuarentena se puede conseguir una cicla estática y hacer ejercicio en casa. Con una cadena oxidada y un candado viejo se asegura en un poste o un árbol. Los agentes de tránsito no multan al ciclista por exceso de velocidad ni le piden plata porque tienen vencido el pase. Si se vara en la calle por la cadena o por pinchazo de llanta, se la lleva caminando, sin tener que llamar a la grúa. Sirve para ganar premios en competencias de ciclismo. Sirve para hacer famosos a ciclistas verracos. Sirve para que Timoteo Ánderson vaya de su casa a su iglesia y a la Academia de Historia, y para que Nohemí haga mandados, sin que tengan que pagar transporte.
Pronto andaremos todos en bicicleta, pero después de que pase esta pandemia. Ya lo verán, porque las cosas van a cambiar. Todo cambiará, menos la bicicleta.
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