El asunto ya estaba cuadrado. Con un plan B, por si acaso el plan A fallaba o se presentaba algún imprevisto. Los mandamases de la revuelta, que no eran cualesquiera monigotes pintados en la pared sino gente de importancia en la fría capital, habían acordado los siguientes puntos:
1- Aprovecharían el viernes 20, que era día de mercado. La plaza principal estaría llena de vendedores y de compradores, indios y campesinos venidos de los campos circundantes, revendedoras y gente de los barrios pobres.
2- Los líderes se repartirían entre la muchedumbre: Acevedo y Gómez en la esquina sur de la plaza; Los hermanos Morales se camuflarían entre los indios que estaban a la salida de la iglesia; Pantaleón Santamaría al lado norte y José Miguel Pey en la parte occidental. Los otros revoltosos estarían pendientes de la señal.
3- Cuando los hermanos Morales vieran que el viejo José González Llorente, español, ricachón, de malas pulgas, había entrado a su almacén de la esquina, darían una señal con el sombrero, lo que indicaba que el plan comenzaba.
4- Francisco José de Caldas estaría atento desde su oficina en el Observatorio Astronómico, por lo que pudiera presentarse.
El plan comenzó como estaba previsto. Entraron Pantaleón y los Morales al almacén de González Llorente a pedirle prestado un adorno o un florero para el banquete que se le organizaría al comisario del Rey, el criollo Antonio Villavicencio. El viejo se negó, ante lo cual Pantaleón y los hermanos insultaron al vejete y salieron a la plaza a gritar que el español los había ofendido.
Como pólvora se regó el chisme y se formó la trifulca. Le cascaron al español, y la gente, orientada por los dirigentes, comenzó a gritarle abajos al gobierno y a pedir Cabildo abierto. Los campesinos y los indios y los trabajadores no sabían qué era eso de cabildo abierto, pero les gustó la frase y así, armados de papas y chochecos, se fueron hacia la casa del virrey, exigiéndole su renuncia.
Por la noche se sumaron los artesanos a la revuelta y entre todos lograron que el virrey, asustado, les abriera el cabildo para escuchar las quejas y reclamos. Todo aquello quedó consignado en un acta que firmaron los delegados de una y otra parte.
Le fue mal al virrey y al gobierno español en la Nueva Granada ese día, con el vainazo que les echaron los criollos. Salieron gananciosos los líderes de la revuelta, que pasaron a la historia, por aquella jornada a la que, desde entonces, se le llama Grito de Independencia.
En lo de Grito no cabe ninguna duda, pues hubo no uno, sino muchos gritos. En lo que hay muchas reservas es en lo de la independencia pues los indios, los trabajadores, los campesinos, los vendedores y las revendedoras no han visto mejora alguna en su situación.
¿Será que hay necesidad de otro 20 de julio como el de 1810?
Lo que veo es que hoy no hay líderes como Camilo Torres, José Miguel Pey, Jorge Tadeo Lozano, Francisco José de Caldas, Acevedo y Gómez y otros. Los de hoy son, como diría el Tuerto López en uno de sus poemas: “una caterva de vencejos”. ¿Y entonces qué hacemos, mis queridos vencejos.