Durante la última semana, dos noticias nos estremecieron en Cúcuta; la muerte de dos jóvenes a causa de la fatal determinación de quitarse la vida en diferentes circunstancias.
Nadie cree que en el mundo moderno eso pueda ocurrir, pero es más común y grave de lo que parece.
Las razones para cometer suicidio en el ser humano siguen siendo las mismas que hace 4.000 años: acabar o escapar de un sufrimiento psíquico insoportable, terminar con el padecimiento de una enfermedad terminal, dejar de sentirse una carga para los demás, expiar una culpa, sentir vergüenza o sentirse injustamente tratado; acabar con un estado de desesperanza, la fantasía de querer reunirse con un ser querido fallecido, huir de la soledad o alienación social, por pasión o considerar que la vida ya no tiene sentido. Estos han sido argumentos esgrimidos por el hombre para morir de forma voluntaria, según afirma el profesor Ramón A. Semper.
Ya desde la prehistoria, el ser humano manifestaba conductas de autosacrificio. Los ancianos, enfermos o aquellos con dificultades de movilidad, se autoeliminaban para beneficiar y favorecer los recursos de la tribu. En la mayor parte de las civilizaciones de la antigüedad el suicidio era aceptado. La muerte era entendida como el paso de una vida a otra (conceptualización de la muerte como una salida), por lo que acabar con la vida de forma voluntaria no implicaba el fin de la existencia, sino el tránsito a otra dimensión inmortal.
Pero fue el suicidio de Sócrates en el año 399 a.C. el que marcó un hito en la historia de la filosofía de la muerte voluntaria. El maestro griego decidió aceptar su muerte por cicuta en lugar de huir, tras ser condenado por el Estado. Su decisión afectó profundamente a sus seguidores. El principal sin duda fue Platón (387-347 a.C.). Éste se posicionó en contra del suicidio argumentando que atentaba contra el Estado y contra los dioses. No obstante, estableció tres excepciones donde la muerte voluntaria era legítima: cuando lo ordenara el Estado, ante una enfermedad incurable, y/o ante la vivencia de una desgracia extrema.
Aristóteles (384-322 a.C.) condenó más enérgicamente aún el suicidio. En su obra Ética a Nicómaco, afirmó que es un acto de cobardía, puesto que el suicida eludía su responsabilidad social y afectaba a terceros.
En la actualidad, desde el esquema biopsicosocial como el propuesto por Van Heeringen en 2001, se proponen una serie de estrategias de intervención, clasificadas en universales (población universal), selectivas (dirigidas a grupos de riesgo) e indicadas (para personas con conducta suicida expresa).
Las principales serían la limitación de acceso a medios letales, la mejora en el acceso a los recursos médicos (tanto a atención primaria como, sobre todo, a atención especializada en salud mental), la identificación temprana y el tratamiento de la depresión, el alcoholismo u otros trastornos mentales.
De acuerdo con cifras suministradas por el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, entre enero y julio de 2023 la tasa de suicidios se incrementó en 15,73 % con respecto al mismo período de 2022, pasando de 1.564 a 1.810 casos, a raíz de diferentes padecimientos mentales presentes entre la población colombiana. Los intentos de suicidio atendidos sumaron 30.021 casos, según cifras del Sistema Nacional de Vigilancia en Salud Pública.
Esto quiere decir que es urgente fortalecer las políticas públicas que acompañen a todos quienes en algún momento han intentado o pensado quitarse la vida, don sagrado del supremo universo.
luisfernino@hotmail.com
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