Me correspondió tener una amistad bastante cercana con el presidente Belisario Betancur, mi compañero en las academias de Historia y de la Lengua, y aprendí a apreciarlo en toda la dimensión de su extensa e intensa personalidad. Fueron innumerables las conversaciones que tuvimos en donde siempre veía uno reflejado a una persona de una enorme sencillez, que invocaba con orgullo el origen de su familia de arrieros en Amagá, con sus 22 hermanos y todo lo que significó su lucha para estudiar becado hasta la terminación de sus estudios de Derecho.
Tal vez ese origen humilde fue lo que lo llevó a plantearle al país la primera apuesta por la paz en medio de un escenario en donde buena parte de la clase dirigente presionaba por una salida guerrerista. Su planteamiento ganó las elecciones y se dedicó a la tarea de persuadir a los actores para que facilitaran un proceso de entendimiento que llevara a su fin el conflicto.
Sin embargo el M-19 resolvió tomarse el palacio de Justicia en donde se produjo la horrible masacre que por la magnitud de la situación y lo sorpresiva de la acción, terminó saliéndose de las manos el control del escenario, quedando el país sumido en una alternativa represiva, pues las circunstancias hicieron endurecer el corazón de los ciudadanos y de paso la posibilidad de la paz quedó indefinidamente aplazada, pues nadie podía llegar a entender un esquema de benevolencia cuando la atrocidad se había apoderado del escenario.
Muchos lo tildaron de ingenuo, de mano blanda y de conducta permisiva, pero todo fue el primer intento real para la pacificación del país. Su gobierno tuvo visos de acercamiento a los mas débiles y su programa de viviendas sin cuota inicial, fue novedoso y de un apreciable impacto social.
Se dedicó después a llevar una vida sencilla, entretenida en la poesía, las lecturas históricas y literarias, y supo demostrar un enorme bagaje intelectual, que lo alejó definitivamente del poder, pues su deseo irrenunciable fue el de mantener un total aislamiento de los escenarios políticos del país.
Un hombre bueno sin duda; una personalidad atrayente, y una sensibilidad humana admirable. Trabajábamos juntos el estudio del comienzo del siglo XX alrededor de la personalidad de don Carlos Martínez Silva, y se sorprendía con todos los hallazgos en torno a esa intensa personalidad. Barichara fue el lugar que encontró para disfrutar los últimos lustros de su vida y allí fundó y estimuló el estudio de las artes y oficios y ese ambiente de sencillez y solidaridad lo colmaba de entusiasmo y gratificación, lejos de las arrogancias del poder.
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