En estos tiempos modernos donde todo parece escaparse de nuestras manos: la política, la economía, el clima, incluso las relaciones personales,considero importante que recordemos a Marco Aurelio como un acto de resistencia interior. El emperador estoico enseñó hace poco más de dos mil años algo que hoy, en medio del ruido digital y las urgencias cotidianas, parece olvidado: no podemos controlar los eventos externos, pero sí nuestras reacciones ante ellos. Lo que nos sucede no depende siempre de nosotros, aunque no lo creamos en primera instancia, pero lo que pensamos sobre lo que nos sucede, sí y ese es el mayor reto que vengo a proponerles.
Vivimos en una época que para bien o para mal glorifica la velocidad: la noticia de hoy ya es vieja mañana, el mensaje no leído se convierte en ansiedad, la lista de pendientes se multiplica y la mente, sin pausa, corre detrás de un mañana que no llega, esta columna recién la termino de publicar y ya casi es historia, cientos llegaran sobre ella en esta inmensa red. En medio de esa carrera sin meta, Marco Aurelio nos dejó una advertencia que parece escrita para este siglo: “La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos”.
La vida moderna, sin embargo, se construye sobre una premisa opuesta. Hemos aprendido a hipotecar la paz mental en los mercados, en las redes sociales, en los caprichos ajenos, en el que dirán. Si sube el dólar, nos alteramos; si baja el petróleo, nos preocupamos; si las noticias son angustiantes, nos deprimimos; si alguien opina distinto, respondemos con rabia. Vivimos en la trampa de creer que el control lo da el entorno, cuando en realidad lo da la mente. El poder mis queridos lectores no está en los hechos, sino en el juicio que hacemos de ellos, asi no parezca y se argumente en contra con tantas premisas como se quiera.
Marco Aurelio nuestro protagonista de hoy, escribió en Meditaciones que “si te duele algo externo, no es eso lo que te perturba, sino el juicio que haces sobre ello”. Una frase que en su aparente simplicidad contiene la fórmula más difícil del mundo contemporáneo: dominar el pensamiento propio. Hemos perfeccionado la ingeniería, la medicina y la comunicación, pero seguimos siendo analfabetos en serenidad. Nos enseñaron a reaccionar, no a reflexionar.
No es resignación, es discernimiento*. El estoicismo no pide indiferencia ante la injusticia, sino sabiduría para distinguir lo que merece nuestra energía de lo que se la roba. Aceptar lo inevitable no es rendirse, es entender que hay batallas que no valen la pena pelear, y que la verdadera victoria está en conservar la calma cuando todo alrededor se descontrola.
Si Marco Aurelio viviera hoy, probablemente no tendría cuenta en redes sociales. No por desprecio, sino por prudencia. Sabría que allí se pierden millones de horas al día en defender opiniones que nadie cambia, en reaccionar a ofensas que se olvidan mañana. Tal vez escribiría: “Ocúpate de ti mismo, no de las tormentas que soplan en los demás”. Y quizás nos recordaría que cada clic iracundo es una concesión de poder sobre nuestra mente y posiblemente sobre nuestro futuro inmediato.
El mensaje sigue siendo urgente: tal como me lo recordó mi contadora, indispensable enfocar la energía en lo que está bajo nuestro control. Trabajar con disciplina en la fortaleza interior, cultivar de fondo la templanza y aceptar a conciencia la incertidumbre como parte de la vida. La serenidad no se encuentra negando los problemas, sino enfrentándolos con la claridad de quien sabe que lo único que realmente posee es su juicio, su carácter y su respuesta.
Mientras el mundo corre para dominar lo externo, tal vez el verdadero progreso esté en aprender a gobernar lo interno.
¿Y tú, en medio del ruido del mundo, estás eligiendo reaccionar o decidir cómo pensar?
*La resignación es rendirse pasivamente sin intentar cambiar lo que no nos gusta, mientras que el discernimiento (o aceptación) implica reconocer la realidad de forma activa para poder seguir adelante de manera saludable.
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