Esta Semana Santa tuve una discusión con un gran amigo a raíz de una de mis videocolumnas. Me regañó con afecto. Me dijo que estaba perdiendo credibilidad al comparar a Pablo Escobar con Emilio Tapia. Su argumento fue: Escobar mató a más de 3.000 personas, mientras que Tapia “es un delincuente”.
Lo escuché con atención. Lo pensé. Lo dudé. Pero no cambié de opinión.
Emilio Tapia ha estado vinculado a los escándalos de corrupción más grandes del país. Ha saqueado recursos destinados a la educación, a la salud, al acceso digital de las zonas más apartadas de Colombia. Su nombre aparece en contratos que dejaron sin internet a comunidades enteras, sin herramientas a niños que hoy no saben siquiera cómo prender un computador. ¿Cómo pretendemos cerrar las brechas de pobreza si a los más pobres les negamos las herramientas mínimas para competir en el mundo actual?
Y, como si fuera poco, también se robó Bogotá. Fue uno de los protagonistas del tristemente célebre Carrusel de la Contratación, donde cada contrato público tenía una “coima” para él.
Tapia también ha robado a la salud. Y cada tratamiento que no se da, cada cirugía que se retrasa, cada medicamento que no llega por culpa de un contrato amañado, se traduce en una muerte que pudo evitarse. ¿Y eso no cuenta? ¿Eso no suma en el balance de las víctimas? Por eso sostengo con firmeza que la corrupción es el peor mal que enfrentamos como país. No solo porque vacía las arcas públicas, sino porque perpetúa la desigualdad, condena a millones a la pobreza y mata silenciosamente a miles que no tienen cómo defenderse.
Mientras algunos medios siguen nombrándolo como “el astuto contratista” —cuando en realidad no tiene nada de astuto y todo de criminal— seguimos, de una forma u otra, normalizando la corrupción en el país.
Decir que Emilio Tapia es el Pablo Escobar de la contratación no es una exageración. Es una denuncia. Es una forma de abrir los ojos. Porque la idea de que Escobar o alias “Jabón” son “peores” que los saqueadores del erario es lo que nos impide combatir con el mismo empeño a quienes matan de hambre, de abandono, de negligencia institucional.
Y Tapia no está solo. Ahí están también los “zares del PAE”, que se roban el único plato de comida diario de miles de niños. También se pasean tranquilos, se pavonean con la plata ajena, como si nada. A esos también podríamos llamarlos “alias Jabón del PAE”.
La corrupción en Colombia no solo es inmensa, es impune. Según la Contraloría, en 2023 se perdieron más de 50 billones de pesos por corrupción. En el Fomag, durante 2023 y 2024, el organismo de control detectó irregularidades por más de $436.000 millones, mientras los usuarios denunciaban graves deficiencias en la atención. Entre 2016 y 2022, Transparencia por Colombia documentó 21 billones de pesos desviados que afectaron directamente a más de 15 millones de personas.
Y, sin embargo, ¿cuántos de esos responsables están hoy en la cárcel?
La historia se repite. Con los Nule, con Tapia, con Germán Trujillo, con tantos otros. Pocos pagan. Y los que pagan, lo hacen por poco tiempo. ¿Por qué? Porque en este país, hasta la justicia negocia. Todos terminan “sapeando” a uno que otro, agarrándose de principios de oportunidad que se aplican al revés: de arriba hacia abajo, cuando deberían ser de abajo hacia arriba. Así, los peces gordos siempre terminan flotando.
Por eso sostengo lo que dije, y lo repito con más convicción que nunca: la corrupción es el crimen más devastador que enfrentamos como país. No solo por lo que roba, sino por lo que destruye. Mata sin disparar una bala. Pero mata igual. Y mientras sigamos creyendo que un narco es más peligroso que un corrupto, seguiremos sin entender el verdadero rostro del crimen en Colombia.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion
