Me llama un amigo, buen amigo y compañero de algunas actividades culturales, para decirme que deje de mamarle tanto gallo al presidente Santos, que está haciendo las cosas bien y está siendo reconocido a nivel internacional por lo que está haciendo.
Con pocas horas de diferencia me escribe por whatsApp una señora conocida para felicitarme por mis columnas y termina con un “sígale dando duro y más si puede”, refiriéndose también al presidente.
Voy por la calle echándole cabeza a estas dos posiciones tan encontradas, cuando me saluda un profesor izquierdoso, con quien me encuentro de cuando en cuando, y me ataca de frente: “Se van a quedar con las ganas. Ahí amanecen y no lo prueban”.
-¿De qué se trata? –le digo yo en mi inocencia acostumbrada.
-¿De quién? No se haga el soco, que usted no hace sino dándole palo a Maduro, y le cuento, el hombre está más fuerte que nunca. Lo va a ver.
Sonrío y sigo caminando. No le paro bolas porque mi oficio no es discutir sobre lo que escribo, así que dejo al profe peleando solo. Cuando llego al parque Santander, el que llaman de las palomas, se me acerca una señora, de armas tomar según parece, y me encara: “¿Y cuándo va a escribir sobre el alcalde? Diga que es un títere de Ramiro, el presidiario, y que lo único que ha hecho es desbaratar los andenes. Para eso hubiéramos elegido a un maestro de obra”. No le digo ni sí, ni no, sino que trato de seguir adelante hacia donde revolotean las palomas en busca de alpiste. Entonces la doña se me atraviesa y me regaña:
-Pero diga algo, no se quede callado. ¿O es que le tienen comprada la pluma, como a tantos otros?
No acostumbro contestar ofensas, según las enseñanzas que una vez recibí de Eustorgio Colmenares, el viejo, cuando escribí algo riéndome de los maestros, y una maestra me mandó un correo insultando a doña Desideria, mi mamá.
-Déjelos que se revuelquen en su fango- me dijo el director. Y luego me infló el ego: “Usted está muy arriba, no mire para abajo”.
Eso hago, desde entonces. No miro a los que desde abajo me insultan. De modo que seguí tras las palomas, cuando se me acercó otra señora más joven y menos peleadora, a susurrarme: “Escuché todo la pelea de la vieja. Pobre amargada. Este alcalde es lo mejor que hemos tenido en mucho tiempo. Cuando pueda, más bien defiéndalo”.
Me quedé en el parque, largo rato, pensando en lo difícil que es escribir y tratar de tener contento a todo el mundo. Recordé la fábula del molinero, su hijo y el borrico, en la que el molinero por darle gusto a todos los que se encontraba en el camino, ni montó, ni dejó a su hijo montar en el burro. ¡Y el burro feliz!
En esas estaba cavilando, cuando alguien me gritó: “¿Está pensando en quién se va a joder mañana en su columna?”.
No supe si sonreír o ponerme a llorar. La misma voz volvió a gritar: “Diga que el gobernador no sirve pa’ un carajo”. Ni siquiera miré al que gritaba, a pesar de que muchos lo recibieron con aplausos.