El día del humo se verá la quema, o algo así. Esa es la idea, al estilo Chapulín. El otro día los campesinos tumbaban monte y lo quemaban para hacer sus siembras. Desde lejos los que veían el humo decían “Don Jeremías va a sembrar café”. Creo que ahora dirán “Jeremy, el hijo de don Jeremías” va a sembrar coca. Los tiempos cambian y las quemas también.
Los que van de paseo al río y hacen allí el típico sancocho, no siempre apagan las brasas y con la brisa el fuego se expande y se forman los incendios forestales. Otros hay que arrojan colillas al pasto seco y allí se inicia la hoguera que se riega y causa estragos. Sin hablar de los que, a propósito, le meten candela al monte, que se acabe de quemar. No son buenas las quemas.
En mi pueblo hubo una vez un incendio grande, que acabó con medio pueblo. Sólo había una calle larga y se quemó la mitad. Fue un 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, a la hora de la procesión, a pleno medio día, con el sol echando chispas y también los voladores que los devotos quemaban. Cayó una varilla de volador sobre uno de los techos –todos eran de paja y de lucua-, prendió el fuego y de inmediato se regó por los demás techos. No había bomberos, ni mangueras, ni acueducto. El agua tocaba traerla en calabazos de la quebrada cercana. De modo que cuando el agua llegó (todos hasta el cura cargaban agua en cuanta vasija encontraban), ya el fuego se había extendido. Once casas se quemaron ese día. Fue una tragedia espantosa.
Ninguna quema es provechosa, ni siquiera la del añoviejo el 31 de diciembre, ni la quema de brujas, ni la quema de libros profanos.
Los políticos también se queman. Se les quema la plata que invirtieron en la campaña (y no cualquier billetico), porque tenían la seguridad del triunfo. Se les quema la posibilidad de llegar a los mejores puestos del país, donde se gana mucho y se trabaja poco. Se queman los políticos y y les quedan las deudas de los préstamos que hicieron, porque los pagarés no se queman.
Al lado de los candidatos quemados, se queman las ilusiones de sus amigos, que ya estaban lagarteándole algún buen puesto de esos que llaman corbatas. Se queman los sueños de la familia que, como la lechera, ven roto su cántaro de leche y adiós casa nueva, carros nuevos, chequera nueva y viajes nuevos. Todo se derrumba. ¡Vaya quemadas!
El domingo pasado asistimos a la quema, perdón, a las elecciones del Congreso. Repitieron unos, llegaron otros nuevos y algunos se quemaron, lo cual no es raro, sabiendo que eran muchos los candidatos y que en el Congreso no hay cama para tanta gente.
Ya se veía mucho humo, muchas cenizas al viento, desde antes de empezar la votación. De modo que el día del humo se vio la quema de los que no alcanzaron a llegar. Y las caritas felices de los que sí llegaron. Tal vez hablaron más, echaron más cháchara, prometieron más y repartieron más…sonrisas, abrazos y picos. Bien por ellos. Lo siento por los quemados, pero dejen de llorar, no sean pendejos. Lo que pasa es que, como decía mi abuelo, a cada puerco se le llega su sábado. Y a ellos les llegó su domingo.