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Don Quijote en mi alforja sentimental...
Ológrafo
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Lunes, 8 de Julio de 2024

Qué delicia he sentido al leer Don Quijote de la Mancha, otra vez, ahora velando junto a él mis armas, admirando la hidalguía con que asumió sus aventuras para dignificarlas con la nobleza del humanismo.

Es un hermoso homenaje literario a España, una génesis de sueños, una maravillosa lección de filantropía y la mejor semblanza de los valores provinciales, sencillos y primorosos, como la luna labrando cada madrugada del mundo.

Venera la belleza de la mujer, española o árabe, la ingenuidad campesina, la voz de la naturaleza, la simplicidad de un arroyuelo a cuyo lado descansan pastores, o un plácido paisaje que escenifica, por sí solo, leyendas de amor.

Y, desde una aldea modesta, un hombre de alma grande, con generosidad epopéyica y la bondad sembrada en su corazón, nos ofrece su brazo para vencer la injusticia, acompañado de su fiel y gracioso escudero, Sancho Panza.

Don Quijote lanza al viento las buenas costumbres e intuye un mundo de campos florecidos y cielos transparentes, como pajarillos con alas coloreadas trinando ilusiones, en refranes sabios que nos inspiran.

Nos hace imaginarnos -también- caballeros andantes, pares de la esperanza, para deshacer el encantamiento de la maldad, anhelar una justicia de cristal, suspirar por nuestras ingratas Dulcineas y, a lomo de Rocinante, deambular por la fantasía.

Refleja el menester de cabalgar por la nostalgia, esa exquisita princesa que nos enamora como una vieja ausencia y nos asoma a lo imposible, para buscar una verdad, consentirla, y guardarla en una alforja sentimental.


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