Un saludo de Navidad para todos nuestros amables lectores, haciendo votos porque esa paz que ella inspira se alcance por fin en nuestra sufrida Colombia. Aporte cada uno -con su actitud y buena voluntad- para que cesen la guerra, la violencia, la corrupción, la intolerancia y el sectarismo.
Escribo estas líneas, al lado de mi familia, tras las oraciones y los cantos de la Novena de Aguinaldos. Como siempre ocurre, me quedan sonando las reflexiones consignadas por el autor -entiendo que el ecuatoriano Fray Fernando de Jesús Larrea-, y me quedo pensando en las muchas verdades allí consignadas.
Lo escrito en 1743, que a veces repetimos de manera mecánica, sigue vigente. En el fondo de las consideraciones de esos nueve días encontramos mensajes perfectamente aplicables a los presentes acontecimientos, y, a decir verdad, valdría la pena que, más allá de la pura celebración navideña, los tuviéramos en cuenta, tanto en lo individual como en lo colectivo.
Por ejemplo, pedir a Dios que disponga nuestros corazones con humildad profunda, no debería ser apenas una bonita expresión, sino algo sentido y real, en el interior de cada uno. Siendo imperfectos, como lo somos los seres humanos, cuánta falta nos hace esa humildad profunda en nuestro diario comportamiento, en el hogar y en el seno de la sociedad. Tendrían que recordarlo quienes pretenden imponer a los demás -con soberbia, agresividad y falta de respeto- sus propios y sesgados conceptos políticos o su enfoque ideológico sobre los asuntos sociales o económicos, como si todos tuviéramos que pensar igual.
“La prudencia que hace verdaderos sabios”. Otro elemento que hace mucha falta, y que debería ser recordado a diario, tanto por quienes nos gobiernan como por la oposición, por los miembros del Congreso, por los jueces, por los fiscales y por quienes opinamos en los medios de comunicación. La prudencia no significa guardar silencio, ignorar lo acontecido ni contemporizar con lo inaceptable, sino la suficiente responsabilidad que implica abstenernos de precipitar los juicios o las decisiones, mientras no gocemos del pleno conocimiento, la certeza y la confirmación sobre el asunto tratado o acerca de los hechos en cuestión.
La Navidad es una celebración sobre el nacimiento de un niño, y, por tanto, es ocasión para que se reflexione en Colombia sobre lo mucho que sufren los niños, sin duda alguna, el sector más indefenso y afectado. Violencia intrafamiliar, abandono, pobreza, acoso sexual, imposible acceso a la educación, a la salud, a una vivienda digna. Que, durante un gobierno que proclama la igualdad y la equidad, sigan muriendo niños por causa del hambre y la inacción del Estado, constituye un fracaso -como dijo el presidente Petro- y las autoridades están obligadas a hacer y programar lo necesario para que deje de ocurrir.
Las instituciones llamadas a protegerlos no pueden seguir quedando en manos de funcionarios designados por amistad, ni por compromiso o recomendación política. Se requiere preparación, conocimiento, experiencia, dedicación, y aptitud para pensar en reformas al sistema jurídico correspondiente, para que los niños no sigan siendo víctimas.
Hablando de la Navidad y de los niños: ¿Qué necesidad hay de celebrar estas fiestas arriesgando su integridad física mediante la pólvora?