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Día de la Tierra, Día del Idioma, día de…
Hay día para todo. Hasta hace algunos años sólo se escuchaba hablar del Día de la Madre.
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Lunes, 23 de Abril de 2018

Van siendo insuficientes los 365 días del año para las tantas celebraciones que les venimos acomodando día tras día, semana tras semana, mes tras mes.

Para no ir muy lejos, ayer celebramos el día del idioma español, para recordar a aquel viejito chuchumeco, flaco como venezolano huyendo de Maduro, medio loco o loco y medio como los que uno se topa en el parque Santander, rabietas y y coscorroneros como Vargas Lleras. Digo mal. El Día del Idioma se celebra no tanto para recordar al viejito don Quijote, sino para rendirle homenaje a Miguel de Cervantes Saavedra, el escritor español que creó semejante personaje y quien murió un 22 o un 23 de abril.

Días antes habíamos celebrado el Día de la Tierra y los estudiantes sembraron árboles y los gobernantes hablaron una vez más de que hay que cuidar la tierrita y la señora de la casa limpió con un trapito mojado las mesas y muebles de la sala y el comedor, de tanta tierra que entra de la calle. 

Hay día para todo. Hasta hace algunos años sólo se escuchaba hablar del Día de la Madre y en la escuela se hacía un acto cultural, y los regalos eran sencillos, una flor, una jarrita de aluminio para el café, un pocillo de peltre, unas yardas de tela para un vestido… 

Más tarde, los papás, envidiosos,  se dieron sus mañas para que hubiera Día del Padre. Y así fue. De manera que el Padre eterno, el Santo Padre, los padres de la iglesia y los papás tuvimos nuestro espacio para recibir regalos y el almuerzo especial y los aguardienticos.

Entonces reviraron los hombres y las mujeres que no tenían ese status de papás. Fenalco los complació, y lograron el Día de la Mujer y el Día del Hombre.

Se habían quedado por fuera los novios. No podía ser. Se institucionalizó el Día de los Novios. ¿Y los que no eran novios sino amiguitos o amantes secretos o amigos especiales? Se cambió el día de los

Novios por el Día del Amor y la Amistad. Ahí entraron todos: padres, hijos, hermanos, novios, esposos, compañeros, cuñados y hasta las suegras.

Las secretarias tienen su día y los músicos y  los médicos y los abogados y los contadores. Los niños no tienen sólo un día sino un mes. Oficio o profesión que se respete, tiene su día, auspiciado por los medios de comunicación y por los almacenes.

Hay día de la pereza, día de las brujas, día de los borrachitos, día de los gays, de los jubilados  y de los desempleados.

Y como para todo debe haber espacio celebratorio, las enfermedades no podían quedarse por fuera: Día de la tuberculosis, día de la diabetes, de la cirrosis, de la diarrea y de los paros (cardíacos, pulmonares y de los maestros), día de los tuertos y ciegos, día de los cojos y día de los tartajos y boquinetos. Y la iglesia celebra el día de los muertos.

De igual modo, los animales lograron su fiesta: día del perro, día del gato, de las culebras, del lagarto, del perico ligero, del burro y el caballo, de las fieras (del bosque y de la casa), en fin…

Pero volviendo al comienzo. Ayer celebramos el día de la Lengua (no la de los besos, ni la guisada), sino la Lengua hablada, la española, la hispana, la nuestra. Día del libro y de la escritura y la lectura.

Un día especial, en estos momentos en que leer se volvió una costumbre pasada de moda. Un día para estos tiempos de internet, celular y google. Día de la lectura para volver a escuchar aquella frase mágica de Había una vez…

Un día para estimular el amor a la lectura y a la escritura. Un día de fiesta para los escritores y los lectores, y los que se sienten solos, porque un buen libro es una excelente compañía; para los tristes, porque un libro da consuelo; para los que están cansados, porque un libro proporciona descanso.

Se me ocurre que a Jesús cuando en el sermón del monte dictó las bienaventuranzas, le faltó una: Bienaventurados los que leen, porque de ellos es el reino de la fantasía, de la imaginación y de los nuevos mundos.       

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