La crisis de la COVID-19 está demostrando que ningún país del mundo estaba preparado para una pandemia. La economía, los sistemas de salud y de bienestar colectivo tambalean mientras nos vemos obligados a estar confinados en casa. Pero hay un reto mayor, uno que subyace a lo más evidente de esta crisis, se trata de un reto de solidaridad con nuestras comunidades y con el planeta mismo. La Tierra nos está dando un jalón de orejas. Nos está haciendo un llamado a ser sostenibles con nuestros recursos naturales, a ser más responsables socialmente hablando, y mucho pero mucho más humanos. Me temo que aún no hemos entendido este llamado.
Desde hace muchísimos años los humanos empezamos a conformar lo que conocemos como la polis, es decir, el vivir de manera comunitaria como principio básico, el trabajo colectivo y la unión de fuerzas que nos garantiza bienestar. Sin embargo, hoy en medio de una pandemia, que amenaza la vida, la economía y la estabilidad social, queda evidenciado que a algunos les queda difícil ser empáticos, solidarios y asertivos; y que el eje trazador del mundo contemporáneo se define por el número de zancadillas que nos pongamos los unos a los otros.
Alrededor del mundo son varios los ejemplos. Las personas violan las normas más básicas de distanciamiento social, aún a pesar del riesgo al que pueden exponer a sus seres queridos más cercanos. Otros minimizan los riesgos de la enfermedad al centrar sus discursos en dicotomías entre salud y economía, y dejan atrás lo más básico, la empatía humana. Y qué decir de aquellos que acaparan y buscan en la fragilidad de los demás un provecho indebido o, en los que en las redes sociales, dedican su tiempo y esfuerzo en promover división en vez de unidad. Claro que tenemos miedo y la incertidumbre nos está empezando a jugar malas pasadas, el encierro sin un manejo adecuado puede dejar que la mente vuele y nos presente diferentes escenarios. Algunos catastróficos, desgarradores, otros menos dramáticos pero difíciles de entender. Sin embargo, debemos hacer un esfuerzo para que esta crisis sea la oportunidad de tener un mejor planeta, uno más consiente, empático y colectivo.
Esta oportunidad de evaluar y corregir lo que veníamos haciendo de manera equivocada, es también el espacio para que los grandes aprendices de nuestro timón enderezado sean las generaciones futuras. Los niños y niñas, que hoy nos enseñan con paciencia y buena voluntad a quedarnos en casa, a pesar de estar en un momento en sus vidas donde el movimiento, la energía y la imaginación son parte esencial de ellos, serán los que recuerden la cuarentena como el momento en que nuestro país le dio la vuelta a la dinámica política, repensó el egoísmo y cambió las zancadillas, por unidad. Lo recordarán como el momento en que dimos lo mejor de nosotros, más allá del interés individual, la vanidad y el protagonismo.
El parque, el colegio, el jardín, la visita a los abuelos ha cambiado para nuestros niñas y niños. Hagamos que también cambie para ellos la visión del futuro. Hagamos de nuestras casas el lugar más seguro, en el que, con amor y cariño, los niños y niñas aprendan que el mundo será ahora más solidario y empático que antes. Un lugar en el que aprendan que de la crisis hemos salido más fuertes, hemos salido mejor, y hemos hecho de Colombia el país más unido.
*Directora general ICBF