La memoria, tanto individual como colectiva, alimenta a la historia, le ofrece datos acerca de la subjetividad de los actores y sobre sus experiencias vividas; le brinda información sobre lo que representan los hechos para aquellos que los protagonizaron y también sobre las marcas que el pasado dejó en sus vidas.
Recordamos y olvidamos -en buena medida- colectivamente. Los hechos recientes de colocar en la palestra pública el símbolo del sombrero del jefe del grupo M-19, Carlos Pizarro, como elemento reivindicador, ha causado estupor y odio en la gran mayoría por lo que este representa: épocas de terror, insurgencia, narcotráfico y violencia extrema.
La memoria histórica es un proyecto político producido que se sirve del pasado en pos de ciertos objetivos presentes y futuros, habitualmente relacionados con la construcción identitaria y la modificación o conservación de un particular imaginario social, siendo siempre selectiva y materializándose a través de un discurso específico.
Toda elección en este ámbito implica la jerarquización de la realidad y "censura" de lo no seleccionado. Por tanto, el criterio de la escogencia, al ser político, lleva a la promoción de unas representaciones colectivas y al detrimento de otras.
Un país como el nuestro debe utilizar símbolos que unifiquen y no que dividan, que la narrativa sea transformadora y no que sepulte cualquier avance en la reconciliación; sigo insistiendo: todo es parte del plan estratégico.
La memoria histórica, como defiende Todorov (2000), puede ser "ejemplar" y convertirse en un proyecto ético-político que nos permite actuar en el presente para conformar un determinado futuro. La memoria es, además, siguiendo a Mate (2008), una actividad hermenéutica que hace visible lo que fue invisibilizado, reivindicando la mirada de las víctimas como un acto de justicia, ya que sin memoria de la injusticia no hay justicia posible. Entendemos aquí la memoria histórica como proyecto, a cimentar desde el presente a través de la transformación de los imaginarios sociales. Al colocar este sombrero como referente, se desvirtúan estas teorías y se refuerza la apología a contrariar el Estado de derecho organizado.
En un mundo vasto de información actual e histórica, la memoria histórica se simplifica, se modifica, tiene grandes problemas en cuanto a su veracidad, interpretación y uso, pues es utilizada de acuerdo con los intereses de particulares. “Los usos y abusos de la memoria histórica se realizan cuando se busca legitimar, a partir de ella, ciertos discursos e identidades”, explica Andreu Espasa. Uno de los problemas en los usos de la memoria histórica es que se simplifican hechos históricos de gran magnitud, como la masacre de Tacueyo, la toma del Palacio de Justicia, la cárcel del pueblo y el robo de la espada de Bolívar, entre otros.
Durante tantos años como investigador y analista de los conflictos armados del mundo he visitado campos de concentración en Alemania y Europa, los lugares de exterminio de Camboya y Ruanda, las fosas de Bosnia y Sarajevo, los panteones de fusilamiento de España y los hornos de Juan Frío, la reflexión es la misma, no importa la ideología o quienes lo hagan, ¡la barbarie es injustificable!
A los verdugos no les gusta exhibir o recordar sus crímenes y prefieren ocultarlos. No es sorprendente. La escasez de recuerdos de los perpetradores es la inversión dialéctica del papel, cada vez mayor, que el recuerdo de las víctimas ha cobrado en nuestras sociedades y en la memoria colectiva. Debemos volver a los elementos que nos enorgullecen como colombianos.
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