El hombre usaba sombrero, y yo uso gorra. Él llevaba bata blanca, y yo, a veces, guayabera. En la mano no le faltaba un maletín negro, lleno de ampolletas, jeringas, jarabes o vermífugos. Yo en mi bolso, que alguna vez fue marrón, llevo libros, una libreta, dos lapiceros y un cuaderno. Él era médico, y yo ni siquiera pongo inyecciones. Parecía que al hombre lo rodeaba una aureola de santidad. Yo me miro al espejo y nada de aureola por ningún lado.
Les hablo nada menos que de José Gregorio Hernández, un médico venezolano, a quien yo venero, admiro y le debo gratitud. Un hombre generoso, lleno de santidad por donde se le mire, y que va camino a los altares.
Pero en esto de declarar santo a alguien, la Iglesia católica es muy exigente. No cualquier Perico de los Palotes puede aspirar a los altares o a figurar como santo en el almanaque de La Cabaña.
Primero tiene que ganar el año, mediante ciertos requisitos y testimonios de su vida, obra y milagros. E ir subiendo de rango: Siervo de Dios, Venerable, Beato y Santo. Algunos se quedan a mitad de camino. Los milagros de curaciones, por ejemplo, deben ser confirmados por una comisión de médicos y científicos que deben jurar, rodilla en tierra y mano en alto, que el enfermo estaba de verdad ya listo para marcar calavera, y que lo salvó la intercesión del candidato a santo.
De ñapa, la iglesia nombra a un cura para que se oponga a dicha canonización. Lo llaman “El abogado del diablo”, y el tipo tiene que ser más bien “mala gente”, eso que llaman “mierdoso”, para que le busque la caída al posible santo. Se opone por lo que sea y como sea. A ese abogado, que debe saber mucho derecho canónico y del otro, le toca estudiarse la vida del candidato al derecho y al revés para ponerle zancadilla al proceso.
Pero en el caso de José Gregorio hay otra comba que le salió al palo. Y es que la fama de sus curaciones después de muerto, se regó por toda Venezuela y otros países, y los curanderos y las brujas y los espiritistas aprovecharon para anunciarse como sus representantes, hacer sesiones en su nombre y a estafar a la gente con riegos, alumbrados y baños sanatorios. ¡Claro! La Curia romana se pellizcó y comenzó a cerrarle el paso a José Gregorio hacia la declaración de santidad. Y ahí lo han traído, poco a poco, como quien no quiere la cosa y la cosa queriendo.
Sin embargo, parece que el Papa Francisco está decidido a hacer justicia con José Gregorio Hernández, médico, científico, docente universitario y sanador de pobres, de quien hay gente que da fe de los milagros que siguió haciendo. Cuando yo fui trasplantado de riñón, ya hace tres años en Bogotá, le pedí a José Gregorio, antes de entrar al quirófano, que les ayudara a los médicos. Me fue muy bien, y estoy seguro de que él ayudó a los brillantes médicos que me operaron. A un pariente mío, el Dr. Hernández le “operó una vista” y el hombre quedó viendo lo que le convenía. Y así muchos casos. Brujería, aparte.
Ayer estuvo de cumpleaños José Gregorio, con fiesta en la Venezuela católica. Y el año entrante lo beatifican, si Dios quiere. Bien por el santo, bien por la Iglesia y bien por sus creyentes, que somos bastanticos. ¡Y bien por Venezuela! ¡Porque no todo lo de Venezuela es malo!
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