Queridísimo Santo Padre:
Créame que dudé sobre cómo llamarlo: ¿Su Santidad? ¿Santo Padre? ¿Vicario de Cristo? ¿Francisco? ¿O simplemente Bergoglio? Bueno, de todas maneras la morcilla es negra. Usted es el Papa, digámosle como le digamos. Además, por su humildad, igualita a la de su tocayo de Asís, a usted le importan muy poco los títulos honoríficos, según me han comentado. ¡Qué bueno!
Déjeme decirle en primer lugar que extrañé mucho su silencio, después de la primera epístola que le envié, donde le reclamaba el no haber agendado (como dicen ahora) en su visita a Colombia, un paseíto a Las Mercedes, o por lo menos a Cúcuta. Se dejó meter los dedos en su santísima boca y usted no dijo ni pío cuando supo que se lo iban a cargar para Bogotá, Medallo, Villavo y Cartagena. Le faltó ajustarse los pantalones por encima de la blanca sotana.
Pero bueno, ¡qué le vamos a hacer! Sin embargo, ahora que está a un tirito de llegar, quiero que sepa que los católicos, y otros no católicos, estamos felices con su venida. Pero algunas preguntas me carcomen por dentro y me están desvelando. Por ejemplo:
¿Por qué vale tanta plata su viaje a nuestro país? ¿Sabe usted, Francisco, que se calculan los gastos en la pendejadita de treinta mil millones de pesos, o se lo han mantenido en secreto? ¿Irá a dormir en cama con tejidos de oro? Francisco, el otro, dormía en el suelo, y llegó a los altares. ¿No podrá usted dormir en cama de palo, como cualquier cura de parroquia pobre?
¿Será que le van a dar de comida sólo caviar y salmón ahumado y alimentos finos, y vino de las mejores marcas del mundo? Pida que lo lleven a Monserrate donde venden una fritanga sabrosa y barata, y una chicha que hace ojitos, sólo comparable a la que en Las Mercedes hacía doña Rita de Botello. En los estaderos de Medellín, por la carretera al aeropuerto, sirven unas picadas deliciosas, para pasar el aguardiente, mientras uno escucha tangos de los de su tierra. Se las recomiendo. En Villavicencio pida ternera a la llanera, blanda y jugosita, asada con leña en un hueco que hacen en la tierra. Y en Cartagena pida arepa’ehuevo o sancocho de pescado. Son buenas viandas, que no salen tan costosas.
Ayúdenos a ahorrar, su Santidad, como les dice mi mujer a los hijos (¡Ayuden a ahorrar!, ¡carajo!, que yo no soy un banco). Se lo digo con todo respeto porque usted no sabe, pero se lo cuento, aquí entre nos, bajo sigilo de la confesión: La mermelada nos está matando. Resulta que su amigo, el presidente Santos, es muy buena gente, manilargo, generoso con los congresistas y los de las Farc. Les da todo lo que ellos piden. Mermelada la llaman. Y ellos repiten. Y más piden. Y nunca se llenan.
Pero al resto de colombianos nos pone a saltar matones. Después de que usted se vaya, el hombre nos aumenta los impuestos para reponer lo que costó su viajecito. Él dice que no, pero el man es mentirosito. Por eso es que le digo “ayúdenos a ahorrar”. Con treinta mil millones de pesos, le hubieran dado casa a mucha gente, y comida a muchos venecos, que vienen, hambreados, huyéndole a otro amigo suyo, el tal Maduro, que, entre otras cosas, salió cucuteño.
Su santidad: Ajústese el cinturón con nosotros y no permita que, a costillas suyas, tiren la casa por la ventana.
Hasta una próxima.
PD. Parece que el Cúcuta vuelve a jugar en casa. Usted, que es futbolista, se alegrará con nosotros. ¡La bendición!