Cuando, a raíz de la presencia del tal animalejo chino en Colombia, el presidente Duque ordenó que “los viejitos, ni a la puerta”, yo, que no sólo soy defensor y obediente de las leyes, sino que les tengo pánico a los bichos raros, y que de ñapa ya formo parte de la categoría social de los viejitos, me apoltroné en un rincón de la casa, reuní a mi mujer y a mis hijos, los envolví en la luz de una mirada, sacudí mi melena alborotada y dije así con inspirado acento: “De aquí no me mueve ni el presidente de la Academia de Historia”.
Yo no me había percatado de que en el baño ya se me habían acabado las hojillas de afeitar, por lo que, sin poder ir en busca de cuchillas a la tienda de la esquina, no tuve más remedio que dejar que los cuatro o cinco pelos de la barba y los seis o siete del bigote crecieran y se extendieran y obedecieran la orden divina: “Creced y multiplicaos”.
Yo no podía salir, por orden del presidente Duque y por mi propia convicción, de modo que mi barba, a picazones y regañadientes, empezó a crecer, con desgano y sin mucha donosura.
Pero la sorpresa más grande me la llevé cuando comencé a ver que algunos de mis amigos y allegados y familiares andaban en la misma tónica de no afeitarse, quizás también por no poder salir a conseguir hojillas de afeitar, o por pereza, o por parecerse a los patriarcas de la biblia, o acaso por conseguir novia.
Supe también de alguien al que ya la barba le llega hasta el pescuezo, pero que lo hizo sólo por rebeldía, por rechazar las medidas del gobierno que ordenó cuidar a los viejitos. No sé si el tipo será petrista, pero se fue con todo contra el gobierno porque, dice él, a los viejitos no nos deben cuidar, nosotros nos cuidamos solos. Y hasta razón tendrá. Se le veían las ganas de salir a la calle con cacerolas y cucharones, pero seguramente la mujer no le prestó las ollas ni los molinillos. Y a falta de piedras para tirar, tiró su propia piedra.
En cuanto a la pereza, es cierto. Nada da más pereza que la afeitada diaria o tercerdiaria o semanal o como sea. La afeitada de barba fue uno de los castigos que Yaveh nos impuso por el pecadillo aquel que Adán cometió al dejarse tentar de Eva, la despampanante. No sé si alguien se haya puesto a pensar qué hubiera hecho él si hubiera sido Adán al despertar y toparse con semejante mujerota al lado. ¿Le daría la espalda? ¿O haría como Adán, comerse la manzana que le ofrecía?
Aquello de parecerse a los patriarcas de la Biblia tiene sus más y sus menos. Como no había cuchillas de afeitar, los varones del Antiguo Testamento se dejaban crecer la barba y eso les daba autoridad, elegancia y nobleza. A las mujeres de entonces les gustaban sus hombres así, de pelo en pecho y barba en cara. Las mujeres de hoy están divididas en ese aspecto. Algunas los rechazan dizque por cochinos. Pero como en cuestión de gustos no hay disgustos, hay también mujeres a quienes les gustamos los barbados porque nos vemos más sexis y más excitantes, según sus propias palabras. A mí no me lo han dicho, pero uno es iluso.
Así las cosas, la pandemia nos ha dejado experiencias maravillosas y nos ha permitido mostrar aspectos interesantes de los que antes no se tenía conocimiento, como la barba y el bigote. Pueda que no todos nos veamos sexis e interesantes. Pueda que no a todos la barba nos dé elegancia, virilidad y nobleza, pero nos ahorramos el valor de las cuchillas de afeitar o lo que cobra la peluquera por arreglarnos los pelos. Y como no salimos a la calle, pues nadie nos echa piropos. Pero vendrán tiempos mejores, según dicen los entendidos en virus y las peluqueras que arreglan chiveras. Dios los oiga.