Es evidente que las aulas universitarias cada vez quedan másvacías. Varios fenómenos estructurales y coyunturales han acelerado este proceso que, al parecer, es irreversible.
La preocupación pasa por varios factores económicos para las entidades privadas, crecimiento económico y calidad de educación para las entidades públicas, “justificación fiscal o gastos de recursos apropiados” para la sociedad; un grave retroceso de lo que serán las posibilidades de futuro o crecimiento y para el país el peor de los escenarios, ya que el oscurantismo y la tiranía volverán a oprimir a los pueblos como hace más de 200 años lo anunciaban los fundadores de la república.
Y el panorama, a pesar de todas las buenas prácticas e iniciativas que cada institución ejecuta para poder cooptar más jóvenes con ganas de entrar al mundo de las letras y las ciencias, cada vez más es de incertidumbre. No sé si es alentador entender que la crisis es de todos los países aún en los de más desarrollo, pero se acentúa en las regiones de América del centro y sur, además de Asia y África.
¿Qué pasó? Los indicadores sobre educación básica revelan que la pandemia causó una mayor demanda por servicios de educación en colegios oficiales, aumentó las tasas de deserción y repitencia escolar y profundizó las brechas en el rendimiento académico, además de la conexión virtual y los procesos de aprendizaje a distancia más la falta de educación en las mediaciones, es decir la inteligencia artificial, el internet y los sistemas híbridos llevaron a que, desde los niveles de formación básica hasta los de últimos años de posgrado declinaran.
La Asociación Colombiana de Universidades (Ascún), que reúne más de 80 instituciones, alertó que la deserción estaría entre 23 y 25 por ciento.Estas proyecciones eran catastróficas, dado que de cumplirse en Colombia habría entre 600.000 y 1,2 millones de alumnos universitarios menos.
Hoy más de tres años después de la pandemia, si bien se presentó una disminución en las matrículas producto de la nefasta situación de emergencia, ahora se agudiza por otros factores no fáciles de resolver. De acuerdo con Ascún, para el segundo semestre de 2020 hubo una disminución del 11,3% de la población estudiantil, para el 2022 se terminó con el 12,8 y se espera que el nivel aumente a medida del 2024.
Esto evidencia que dicha situación no es un fenómeno nuevo. Las razones por la que se viene dando esta disminución de estudiantes son varias. Por un lado, hay razones demográficas, dado que cada vez hay menos población joven, que es la que mayoritariamente se inscribe en los programas de pregrado. Por ejemplo, en 1973 la población entre 15 y 19 años representaba el 11,8 por ciento, mientras que en la actualidad son menos del 9 por ciento del total de ciudadanos.
¿Cuáles son las causas de la deserción universitaria? Entre las causas más comunes están los problemas financieros, la pobre preparación escolar, la carrera no convence al estudiante, el conflicto entre el estudio, la familia y el trabajo, cuando se reprueban las asignaturas constantemente, la falta de interacción de calidad con profesores y administrativos, y el ambiente poco motivante.
Lo más duro de esta situación son sus consecuencias evidentes: genera altos costos sociales porque el capital humano es menos calificado, propicia la desigualdad social, produce tendencia a incrementar los índices delictivos y puede conllevar a depresiones y frustraciones personales por no haber culminado sus estudios o carrera profesional. Debemos reinventarnos y abrirnos a las nuevas realidades educativas, esa es la reflexión de hoy.