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Corrupción y “cultura del vivo"
La corrupción no tiene color ni partido.
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Lunes, 29 de Julio de 2024

Hay una fractura ética en la sociedad colombiana. Resalto dos síntomas. Uno, la corrupción sistemática de este gobierno, que encuentra su peor manifestación en la operación de saqueo de la UNGRD y la compra de congresistas, ordenada desde la Presidencia misma. No es ni mucho menos el único caso. Al revés, casi no hay área de gobierno donde no salte la pus. Dos, los disturbios en Miami en la final de la Copa América. 

La corrupción no tiene color ni partido, se despliega feroz por todo el espectro político, de la extrema izquierda a la derecha, y no es exclusiva de este gobierno, aunque no recuerdo uno en que fuera más generalizada o en que se robaran tanto. Ha habido corrupción en otros gobiernos, pero este es el gobierno de la corrupción.

En fin, no deja de preocuparme la erosión de la credibilidad de la narrativa anticorrupción. Rodolfo Hernández construyó toda su candidatura en su supuesto compromiso contra el flagelo y resultó un bandido. Los verdes urdieron el referendo anticorrupción, que además nos costó trescientos mil millones de pesos, y son la columna vertebral de la expoliación de la UNGRD. Y Petro y la izquierda se inventaron la lista de la “Decencia" e hicieron sus campañas atacando la corrupción de los gobiernos anteriores y resultaron peores. Será inevitable que, en adelante, la ciudadanía vea con desconfianza a quienes enarbolen la bandera de la lucha contra la corrupción. Y digo que me preocupa porque el combate contra el flagelo será fundamental para nuestro futuro. 

Lo de Miami es otra faceta del problema. Hay quienes han explicado ese comportamiento por los sentimientos que despiertan el fútbol y la selección nacional. Pero el contra argumento es obvio: en pocos países el balompié y la selección son tan importantes como en Argentina. Y, sin embargo, la inmensa mayoría de los miles que se colaron a la final y destruyeron lo que encontraron a su paso fueron colombianos y no argentinos. 

No debería minimizarse lo ocurrido. Hay miles y miles de ejemplos de multitudes que se comportan de manera civilizada. Y en otros países los ciudadanos guardan las filas, no botan la basura a las calles, no se cuelan en los sistemas de transportes públicos, cuidan como propios -que además lo son- los recursos públicos.

La corrupción y los desmanes de Miami están relacionados. El mal ejemplo contamina. Los ciudadanos ven como desde los más encumbrados, los de cuello blanco, delinquen y lo hacen casi siempre con impunidad. Y cuando voltean a ver, encuentran también que los criminales que se organizan, los que matan mucho y por mucho tiempo, no solo tampoco no pagan por sus delitos sino que tienen beneficios políticos y económicos que los ciudadanos de bien, los que siempre han respetado la ley, jamás han recibido. 

Además, desde la irrupción del narcotráfico, segunda mitad de los setenta con la bonanza marimbera, se rompió la estructura ética de la sociedad colombiana. Se difundió la percepción que se podía hacer dinero rápido, sin esfuerzo ni trabajo, violando la ley y, cuando es necesario, acudiendo a la violencia. Desde entonces, muchos colombianos creen que entrar a la administración pública es la oportunidad para hacerse ricos.

Más allá de este nefasto gobierno, hay que trabajar en la cultura ciudadana, en la reconstrucción de la ética. Y hay que tomar dos decisiones que hoy son contraculturales: hay que aplicar la ley a rajatabla, eliminar la impunidad y castigar a los culpables, y hay que acabar con la idea de que la paz se hace premiando a los criminales.

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