El nuevo Mininterior dijo que buscaría un "acuerdo nacional que permita la posibilidad de convocar una asamblea nacional constituyente bajo los parámetros de la Constitución del 91”.
Elementos políticos a resaltar: a) Cristo es el ejemplo típico del camaleón. Había sostenido que la constituyente era “una mala idea, es inviable [y que] es un debate que no tiene sentido ni futuro”.
Pero ante la oferta del Ministerio sus reparos desaparecieron y ahora defiende lo que antes atacaba. b) La entrada de Cristo al gabinete es el regreso del santisamperismo al gobierno. Fue resultado del encuentro entre Santos y Petro, ocurrido unos días antes.
Según algunos medios de comunicación, además de Interior, pidieron la Defensoría del Pueblo. c) La entrada de Cristo, si en verdad consiguió los apoyos que se dicen (conservadores y Char), podría reconfigurar el juego dentro del Congreso.
Ahora, lo fundamental no ha cambiado. Si se quiere sacar adelante una constituyente “bajo los parámetros de la Constitución del 91”, no podrá ser durante este gobierno. No alcanza el tiempo y no se tiene las mayorías.
Sin duda no se tienen entre los ciudadanos, no solo porque la desaprobación de Petro es el doble que su aprobación sino porque la constituyente misma tiene muy poco apoyo, incluso entre los petristas. Apenas tres de cada cinco están de acuerdo.
Para convocar una constituyente se requiere que la tercera parte del censo electoral y que voten a favor 2.138.703 ciudadanos más que los 11.291.986 que sufragaron por Petro en la segunda vuelta del 2022. Altamente improbable.
Dicen algunos que, a pesar de las declaraciones de Cristo, Petro se saldrá del marco constitucional. Estaría dando un autogolpe destinado a fracasar.
Si la constituyente no es posible en este gobierno, ¿por qué insiste Petro en ella? Uno, porque la variante del "poder constituyente” le sirve a Petro y a la izquierda para hacer campaña desde ya para el 2026. Dos, porque distrae.
Hablamos de la constituyente en lugar de denunciar la corrupción, discutir sobre los escándalos que se suceden sin pausa, resaltar el colapso de la economía y el fracaso sangriento de la “paz total”, exigir que el CNE ratifique la violación de los topes, que la Fiscalía avance en los casos contra el círculo íntimo de Petro y que la Comisión de Acusaciones de curso al juicio por indignidad.
Tres, porque la constituyente le sirve a Petro para excusar el desastre general de su gobierno. La culpa deja de ser de él y sus funcionarios, y empieza a serlo de las instituciones y a las normas jurídicas que, en su discurso, impiden el cambio prometido.
Pero no es verdad. Nada de culpa tiene la Constitución de 1991. De hecho, esa constitución sí es el acuerdo nacional del que hablan. Pocas cosas habría que cambiarle y ninguna es urgente ni es responsable del ruinoso e incompetente gobierno de Petro. Lo que hay que hacer es cumplirla y desarrollarla, no usarla de excusa del fracaso del gobierno.
La constituyente, pues, no arregla nada y en cambio sí trae muchos peligros. Produce inestabilidad política e institucional, genera aún más incertidumbre desestimula la inversión nacional y extranjera, y es un riesgo para la democracia y para el desarrollo económico porque, aunque ahora digan que la constituyente sería en el próximo gobierno, nadie duda de que el propósito es la de permitir la permanencia de Petro o de los suyos en el poder, y porque su intención final es acabar la economía de mercado y establecer un modelo socialista y estatizante.
No, no necesitamos una nueva constitución, necesitamos un gobierno bueno y decente. Y otro presidente, por cierto, porque este no solo no dio la talla sino que hace un daño inconmensurable.
Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion