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Consejos a su santidad
Me fue absolutamente imposible acompañarlo.
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Jueves, 7 de Septiembre de 2017

Con Francisco entre nosotros, es obligación de todos los colombianos atenderlo, orientarlo, ayudarlo y darle las indicaciones necesarias para que se sienta bien y algún día vuelva, si queda amañado. ¡Mentiras! Cada venida papal nos sale por un ojo de la cara, de modo que es mejor recibir sus bendiciones de lejitos, pero, ¡bueno!, ya que está aquí, atendámoslo lo mejor que se pueda.

Sabido es que la gente del protocolo y los que rodean a los grandes personajes, les callan muchas cosas, que los visitantes es bueno que las sepan, y así su permanencia será más grata.

Dicen por ahí, que turista satisfecho trae más turistas, y Dios quiera que la venida de Francisco nos traiga más viajeros, que nos ayuden a recuperar, aunque sea en mínima parte, la inversión que hemos hecho.

Con esta necesaria introducción, necesaria como todas las introducciones, doy inicio a mi breve consejería, con la esperanza de que alguien cercano a Su Santidad, se las transmita. Estaré pendiente de lo que le suceda al bueno del Francisco en nuestras tierras.

El que le lleve este recorte de periódico al Papa, debe decirle que cuánto hubiera dado yo por acompañarlo y decirle al oído unas cuantas verdades, pero los pasajes están por las nubes, precisamente por su visita, y, como yo no recojo limosnas, me fue absolutamente imposible acompañarlo en su maratónica gira. Díganle que otra vez será.

Hay que decirle que en Bogotá se abrigue muy bien. Que de Monserrate bajan unos chorros de brisa muy fría que lo ponen a uno a temblar las carracas. Que use franela y doble camisa y chaleco debajo de la blanca sotana, aunque se vea gordito, no importa. Cuando mi tío Santos Ardila fue por primera y única vez a Bogotá llevó calzoncillos largos, a media pierna, como los usaban los arrieros, para que no se le enfriaran las coyunturas. Ojalá el Papa siga su ejemplo porque un reumatismo papal, a estas horas de la vida, no es conveniente. Ni yo, ni nadie, queremos verlo de por vida moviéndose en papamóvil. Mi tío llevaba su plata en una bolsita, que se colgaba de la cintura, por dentro de los calzoncillos. Si es necesario, que haga lo mismo. Seguro entre mi mochila, dice el refrán.
   
Díganle que cuando salga de noche, a darse su septimazo, se tape la nariz con un pañuelo, sea rojo o blanco, el color no importa, para cuidar el respiradero y los pulmones. Y que no descuide su celular.
   
Y ojo con los lagartos, que se le querrán acercar para tocarlo y para hacerse tomar la foto del recuerdo. Son cansones, fastidiosos y le pueden arruinar el rato al Pontífice.
   
Díganle que cuidado con el presidente Santos. Que lo salude de lejitos y no le dé mucha confianza. El mancito nos salió mentiroso, y con nosotros, vaya y venga, pero con el Vicario de Cristo es otra cosa. Y que cuando Juan Manuel le vaya a obsequiar la palomita de la paz para que la luzca en la solapa, que se la rechace con cortesía (lo cortés no quita lo valiente), diciéndole, por ejemplo, que las sotanas no tienen solapa. Es que la tal palomita está muy gastada, de tanto uso y abuso, y en pomada brasso se le van unos cuantos diezmos.
   
Que se fije muy bien en compañía de quiénes va el Presidente, porque él va a querer colar a sus amigotes Timochenko y el Márquez y la Córdoba. Ellos se camuflan, como saben hacerlo, y se meten en la comitiva presidencial. No es bueno que al Papa lo vean en malas compañías, por aquello de Dime con quién andas…
   
Otra cosita. Díganle que cuando vaya a Cartagena, tome baños de mar, que son buenos para la artritis, y que, por lo menos, se meta hasta las rodillas, teniendo cuidado de que no se le moje ni el báculo ni las sandalias del pescador.
   
En Villavicencio, -quiero que se lo digan muy clarito-, vive una familia, los Tarazonas, que son de Las Mercedes. Carmenza y Gloria, además de bonitas y elegantes, son muy creyentes y amigas de monseñor Urbina, el arboledano que le dará la bienvenida a Colombia y al Llano. Que Su Santidad las reciba y a sus hermanos. Ellos le contarán sabrosas historias de Las Mercedes.
   
De Medellín no hay que decirle nada, porque con sólo ver la ciudad quedará enamorado y hasta querrá llevarse la eterna primavera a la Ciudad eterna.
   
Finalmente, díganle, porfa, que espero su bendición apostólica, impresa en un diploma de colgar en la pared, para tenerla al lado de la de Juan Pablo II, mi dilecto amigo, y de la de Pablo VI, que lo antecedieron y me hicieron llegar sus recordatorios.
   
Por mi parte, le ofrezco mis oraciones y la esperanza de que alguien le meta, en su maletín negro, esta columna, para su bien y el de toda su santa iglesia. Amén.

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