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Con la misma medicina
La historia deja enseñanzas. Claro que eso pasa en otros países, Petro no en Colombia.
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Viernes, 17 de Julio de 2020

La izquierda radical tiene una forma de actuar en las democracias liberales que es casi de cartilla. Lo primero es infiltrar o ideologizar a ciudadanos con alguna función en el estado para que tejan una red cada vez mayor de “defensores”, sean ellos periodistas, jueces, obispos, funcionarios de carrera, sindicalistas, académicos y un gran etcétera, que permeen el estado e “ilegalicen”, en primer lugar, el actuar de los cuerpos de seguridad.

Lo segundo es tomarse las calles con “milicianos”, marginales sin futuro o estudiantes idiotas útiles, que generen violencia y creen malestar social. Tercero, se apoyan en redes internacionales, principalmente ONGs con cartilla política u organismos multilaterales manejados por filo izquierdistas, que condenen al gobierno democrático del país y sigan la jugada desestabilizadora. Todo esto crea una masa crítica de corpus político-jurídico para llamar a la “revolución”, en forma de alzamiento popular o desobediencia civil, sin que para los jueces ello sea un delito, porque ya para ese momento el sector judicial está totalmente cooptado.

Teodoro Petkoff fue un periodista venezolano que atacó permanentemente las bases del estado venezolano y actúo de idiota útil del socialismo del siglo XXI. Después, al ver lo que había ayudado a crear se lamentó, pero el “modelito” es un evento político irreversible. Usualmente ataca estados débiles y corruptos, de economía extractiva, con gran porcentaje de pobreza y resentimiento, fuente de “militantes”, y del lado del estado y la empresa privada, buscan “socios” con intereses comunes de corto plazo (el negocio de La Paz), o nihilistas ricos dispuestos a ver destrucción al estilo Nerón.

Esa estrategia dura contra una política democrática blanda frente a un enemigo del estado, sigue ganando batallas. Gracias al ejército boliviano se salvó Bolivia, gracias al ejército venezolano se perdió Venezuela. Como las fuerzas militares son la última línea de defensa de la democracia, es a las primeras que hay que neutralizar con ataques desde la “justicia” y los “medios de comunicación”. Como está es una labor de zapa, usualmente cuando ya la ciudadanía se quiere defender, están cerradas las puertas de salida. La única manera de zafarse es usar en su contra sus propias fórmulas.

Un ejemplo histórico, es la actuación de otro régimen extremista, el fascismo alemán. Cuando Hitler llegó al poder, el movimiento comunista ya tenía prácticamente el poder; se había aprovechado de la débil democracia de la República de Weimar. Las huestes comunistas se habían hecho dueñas de las calles y ya ocupaban cargos en el parlamento, tenían magistrados, obispos, periodistas y académicos, defendiendo o vanagloriando sus triunfos. Hitler también tenía sus milicianos, las SA, y las saco a las calles a la lucha callejera que dejó muchos muertos. Identificó los quintacolumnistas y les “armó” procesos, y en un acto de puro perfil estalinista, se inventó quemar el edificio del parlamento (Reichstag), e involucró a un personaje medio limitado mentalmente que se decía comunista, y lo “capturó” en flagrancia. Eso le sirvió para ilegalizar el comunismo y perseguir a sus militantes, quienes llenaron los primeros campos de concentración. El remedio, a la larga, resultó peor que la enfermedad, pero después Alemania 
pudo probar por décadas el comunismo, y treinta años después aún no se ha podido recuperar del daño.

¿Y qué dijo Stalin, padre del comunismo internacionalista, del actuar hitleriano? Nada. Los comunistas solo temen a las contrapartes violentas, no a los apaciguadores. El crecimiento de Alemania hizo que Stalin le tuviera pavor a Hitler, al que quiso arreglar con el famoso pacto de no agresión soviético-alemán, que aquel cumplió a rajatabla. Ese acuerdo estipulaba que la URSS vendería materia prima a Alemania, y cuando fue informado del ataque alemán a la URSS (22 de junio de 1941), Stalin no suspendió los envíos a Alemania, pues esperaba que el ataque fuera limitado y no quería “enfurecer” a Hitler. 

La historia deja enseñanzas. Claro que eso pasa en otros países, Petro no en Colombia.

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