En traducción simultánea directamente del colombiano andino, esto sería: niño tonto. Pero si transliteramos a ideogramas sería: ciudadano chino bruto, o incivil como diría la señora RAE. Pues –noticia vieja– resulta que gracias a la sempiterna sabiduría china, los chinos de la China están acabando con los burros del planeta tierra, pues se desconoce presencia de borricos fuera del orbe.
Cabría preguntarse: ¿qué no se comen los chinos? ¿qué no se untan? ¿qué no fabrican? Están arrasando con su población de burros y burras (la igualdad por delante, como en el refrán) y han tenido que acudir a otros países donde otra clase de bestias, los roban o los cazan y los llevan a mataderos insalubres. ¿Para qué? Para arrancarles la piel y ofrecer a la gran masa oriental, productos contra el envejecimiento y a favor de la potencia sexual, entre otras maravillas.
Hace cuatro años (pasan cosas extrañas cada cuatro años), la organización The Donkey Sanctuary publicó el informe “Under the skin” donde se demuestra la crueldad, la sevicia y la avaricia del ser humano frente a estos animales y perjudicando a las gentes campesinas que los utilizan como medio de transporte o como compañeros de labores en todo el mundo.
Se estima que el número de “Equus africanus asinus” o sea, asnos, borricos, jumentos o pollinos está sobre los 50 millones de ejemplares, población cercana a la de países como España o Colombia. O sea, que si se quisiera repartir burritos entre la población china, pues le tocaría a cada congénere unas 28 unidades, tal vez muy pocas para cubrir tanta vanidad.
A estas alturas alguien podría endilgarme que voy contra los chinos. Pues no. Tengo que agradecer al pueblo milenario, la pólvora que gasté de niño y la que quemé de borracho; algunos decilitros de tinta y muchos kilómetros de pasta. Brújula nunca he tenido (los burros vienen con una incluida) pero tengo Google Maps –gracias Papá-Goog, “Deus infinitum”– y además contribuyo a su economía comprando en un Todoacién donde la señora me entiende sólo cuando voy a pagar. Tampoco finjo de defensor de los burros (hay adalides en esas) lo que no significa que no les tenga aprecio.
En realidad, mi relación con la especie ha sido escasa, y se remite a pocas experiencias. A falta de haber montado en burro, alguna vez conviví con una burra que en lugar de brújula tenía reloj despertador. En otra oportunidad regalé una y me la devolvieron por razones de supervivencia, no de la burra sino de la agraciada.
Y por último, me remito al recuerdo de un viaje remoto a las llanuras araucanas, donde me ofrecieron deleites innombrables con una pollina de pestañas abundantes, pero decliné la cortesía.
Se sabe que el humano atribuye a los animales virtudes y debilidades para achacárselas a otros humanos y el burro no se escapa, aunque corra; Goya, Cervantes, Lucio Apuleyo o Shakespeare se sirvieron muy bien, por ejemplo. Y para ir más lejos, quienes veneran a Jesús o a Mahoma re-saben que ellos confiaron su nalgatorio a esos seres tan tercos.
En fin, que desde los tiempos del moco tieso, se usa y se abusa de este y otros muchos animales en beneficio de la humanidad. Pero otra cosa es amenazarlos con su desaparición. Por cierto, hablando de extinción y prejuicios colectivos, en Colombia se acaba de comprobar que hay una especie inmune a cualquier práctica aniquilatoria: han sido electos (pasan cosas extrañas cada cuatro años) más de 20.000 cargos públicos, que –esperemos– no deleiten a su insigne pueblo votante con mil y una burradas.
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