Apreciado y nunca bien recordado paisano:
Yo no sé cómo irá a hacer usted esta tarde, cuando se enfrente Colombia contra Venezuela en las eliminatorias de fútbol. Usted va a entrar en una crisis de identidad que lo va a poner a sudar frío.
Lo siento por usted. Con dos nacionalidades a cuestas, así una, la propia, la lleve escondida, no sabrá cómo acallar la voz de su conciencia, porque la sangre y la patria verdadera jalan y jalan duro.
-¿Cuál conciencia? –me dice una amiga, a la que le tocó salir corriendo de Venezuela-. Ese señor no sabe qué es eso.
Yo tuve que intervenir en su defensa, porque no creo que usted sea tan mala leche, que no sólo niega a su patria chica sino que persigue con saña a los paisanos. No lo creo. Y por defenderlo me he ganado enemistades.
Otro día lo nombré a usted con todo respeto, señor presidente Maduro, y alguien me regañó: “En mi presencia no nombre a ese tal por cual, si no quiere perder mi amistad. Ese tipo es un innombrable”. Y me tocó seguir refiriéndome a usted como el Innombrable.
Le cuento esto para que sepa y entienda que soy su amigo y que estoy convencido de que las defecadas que usted hace continuamente, no las hace a propósito. Creo en su buena fe.
-Es que el tipo no da más- me volvió a decir mi amiga, molesta porque yo trataba de defenderlo. –mejor dicho, no sigamos hablando -y me cortó.
Pero sigamos con el fútbol. Usted se pondrá esta tarde la camiseta vino tinto –eso no lo dudo-, pero por dentro llevará la amarilla. Y seguramente quiere que ganen los suyos, pero ¿cuáles son los suyos? ¿Los de allá o los de acá?
-Ni los de allá, ni los de acá –vuelve a insistir mi amiga-. Ese tipo no tiene a nadie. Los que lo siguen, lo hacen por la bolsa de mercado.
Dicen los que saben de fútbol como el Burrito González y como Lónderos y como el profe Pinto, que el fútbol sirve para unir a los pueblos y para volver buenas gentes a los que no lo son. Si así es la cosa, yo espero que después del partido en San Cristóbal, esta tarde, usted sea otro. Que cambie. Que deje de montársela a los colombianos que aún quedan en su país. Que no se avergüence de ser cucuteño. Dígalo sin tapujos.
A pesar de todo lo que dicen en contra suya y de su señora mamá, que no tiene la culpa de ser su mamá, yo sigo creyendo que el fútbol y san Gregorio Hernández nos pueden hacer el milagrito de volverlo otro, más buena gente, más sano y menos terco.
Yo, por mi parte, estoy seguro de que la Selección Colombia les ganará a los de la patria venezolana porque estos pobres deben estar desnutridos, hambrientos y sin fuerzas para meter goles, y hacer gambetas y jugar con el balón, y los nuestros, en cambio, todavía lo tienen todo hasta que, y el día esté lejano, Timochenko llegue a la Casa de Nariño.
Nos hablaremos, después de la goleada de esta tarde. Y cuando les ganemos no le eche la culpa al imperialismo. La culpa es suya, mi querido paisano.