Queridísima Melania:
Ante todo, quiero presentarte excusas por no haber estado acompañándote el día de la posesión de Donald John. Recibí tu WhatsApp de invitación, cosa que te agradezco y me honra, pero hubo varios motivos que se me atravesaron. Primero, me dio culillo que de pronto Donald me cancelara la visa, por ser latino, aunque viéndolo bien, si él sabe que yo soy de Las Mercedes, un pueblo netamente godo, tal vez conmigo no se mete. Pero los medios de comunicación me llenaron de miedo y preferí hacerle caso a mi mujer: “Mijo, no se exponga a que lo saquen a patadas. Ese gordiflón es capaz de cualquier cosa”.
-Pero Melania me invitó -le dije, con algún asomo de esperanza, mostrándole el mensaje en mi celular. Ella me contestó, ocultando los celos:
-Usted verá, pero cuando lo vea aquí en cuatro patas y con el trasero ardiéndole de las patadas, me voy a reír de lo lindo.
Lo interpreté como una maldición gitana, desempaqué el morral y guardé el pasaporte. Además, me comuniqué con Juanpa para ver si iba a ir a la ceremonia. Me contestó que ni puel chiras, pues el hombre estaba gruñón frente al proceso de paz y que era mejor no acercársele demasiado. Lo noté tembloroso, por lo que me dije “ya somos dos los aculillados”, y preferí verte por televisión.
He de decirte, Mélany querida, que te vi hermosa, despampanantemente bella, como siempre, reluciente, estrenando ropita y ansiosa por empezar a despachar como primera dama. (Entre paréntesis: Aquí a las primeras damas las llamamos gestoras sociales. No sé por qué, pero suena bonito).
Pero también he de decirte, con franqueza mercedeña, que noté en tu mirada una cierta vaga tristeza, un no sé qué en tus párpados, que no era exceso de pestañina, una como nostalgia de tiempos más tranquilos o acaso un cierto temor por lo que les irá pierna arriba, a partir de ese momento.
Tenías una suspiradera de preocupación, que te capté de inmediato, y eso a mí también me preocupa. Y no me vayas a decir que no, que son pamplinas o que son figuraciones mías. No, señora. Te conozco demasiado para saber cuándo tienes algo que te incomoda, como cuando te aprieta demasiado el brassier o algún presentimiento negro te agobia.
Dicen en la peluquería, donde me cortan el poco pelaje que me queda, que tu marido es guache contigo, que te subvalora y te mira por encima del hombro, como te miró el día de elecciones para ver si estabas votando por él o por la Hillary. Y eso está mal. No tienes por qué dejarte humillar. Si él es un magnate, tú eres una magnata (según Maduro) y están de tú a tú.
Debieras aprender de nuestras mujeres. Aquí, ellas son las que mandan y las que nos dicen a los maridos lo que debemos hacer y lo que no. Y nos toca obedecer. No dejes que se le suban los humos. Y si es necesario, constrúyele un muro, el de la indiferencia, y córtale los servicios como aquí hacen los de la luz a cada rato. Ponlo a pasar saliva para que mejore sus modales.
No te canso más por ahora, y esto se me está alargando. Por el privado me puedes llamar, pero si no contesto yo, cuelga de inmediato.
Saludos a los niños, y un beso largote para ti.