La vida va plantando huellas con auroras de ojos grandes, para intuir ilusiones y andar el camino, de la mano de los duendes bondadosos -hermanos del amanecer- mientras el rocío cae paciente, con un susurro de silencio bendito.  

Y el alma nos enseña que, sentir imaginando, es lograr un consenso entre lo sensorial y lo espiritual, trenzar las cuerdas espirales del pensamiento, para ascender a escenarios de majestad intelectual.

Que existe, en el ser humano, una necesidad de hallar su propia verdad, a veces indescifrable y escurridiza pero, tan seductora, que lo desafía a superar la lógica y a edificar una leyenda individual.

Los espacios y los tiempos liberan secretos de cosas bonitas, guardadas en viejos baúles, como los de antaño, para asomarnos a una aventura azul, donde los sueños se vuelven cultivos de anhelos íntimos.

Y los pájaros, las mariposas, y los colibríes, absorben el aroma de los jardines y con ellos nos narran toda la magia que acontece allí, mientras la luna coqueta nos pasea por senderos que la reflejan pura, con su esencia de oración.   

Un espejo repasa los años y nos recuerda que la mortalidad es breve, y no vuelve, que deben fecundarse las emociones, para sembrarlas en un suspiro luminoso que las enseñe a ser semillas que abonan, cada una, a la siguiente.

He ahí la verdad, tan sencilla como querer sin pensar, como esperar lo que uno cree que ya no puede suceder, como ser peregrinos de un eclipse e ir hacia el horizonte sólo con gratitud en el morral y nostalgias amables en el corazón. 

Gracias por valorar La Opinión Digital. Suscríbete y disfruta de todos los contenidos y beneficios en  https://bit.ly/SuscripcionesLaOpinion