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Aunque hice cuanto pude
Había un puñetazo directo al ojo en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México de por medio que así lo dictaba.
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Miércoles, 23 de Abril de 2025

Madrid – Desde muy pequeño y, ahora que lo pienso, sin tener muy claro el porqué, viví convencido de que todos los lectores latinoamericanos en algún momento de sus vidas estaban inexorablemente forzados a tomar una decisión: equipo García Márquez o equipo Vargas Llosa. En aquel entonces pensaba que la literatura, a diferencia de la física cuántica, donde se puede ser y no ser a la vez, era un ejercicio de facciones, donde tarde o temprano tendrías que alinearte con cualquiera de los dos bandos. Había un puñetazo directo al ojo en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México de por medio que así lo dictaba.

Esto cambió cuando mi mejor amigo me regaló “La ciudad y los perros” en la espectacular edición conmemorativa de la RAE, aportando así su granito de arena a mi compulsiva patología coleccionista de libros. Me gustó y me sorprendió a partes iguales, tanto que poco después compré sin pestañear “Cartas a un joven novelista” y lo devoré en dos almuerzos voluntariamente solitarios. Pero el instante justo en el que finalmente encontraría el equilibrio entre ambas fuerzas, y aprendería a disfrutar lo mejor de cada una de ellas, sería con “Travesuras de la niña mala”, de lejos una de mis mejores lecturas de 2017 y la obra que finalmente le daría la bienvenida a Vargas Llosa a mi panteón personal.

Desde entonces, conocerlo fue uno de esos sueños literarios que siempre quise cumplir, como en su momento me empeñé por visitar el 221B de Baker Street o entrar en la Librería Lello. En 2014, cuando Perú fue el país invitado en la Feria del Libro de Bogotá y él vino como conferencista pensé que tendría la oportunidad, pero estaba a punto de graduarme y las entrevistas de trabajo ocupaban todo mi tiempo. Fue culpa mía, lo sé, no vengo a sacar excusas, me faltó el arrojo del fan, el segundo de heroísmo que te deja con el autógrafo inmortal y la fotografía que colgará en tu biblioteca hasta que seas mayor.

Pero no desistí y seguí intentándolo, bien fuera en Madrid dándole una última vuelta nocturna a mi perro frente al lujoso restaurante chino que solía frecuentar en compañía de Patricia o levantando la cabeza cada tanto para mirar a la Plaza de España desde el escritorio de mi empleo anterior con la esperanza de verlo dar alguno de los paseos por los que era famoso en la zona. Incluso cada vez que frecuentaba Nueva York, siempre paraba en la librería Strand donde no pocas veces lo encontraron ojeando primeras ediciones de clásicos universales.

Cuando en 2022 conseguí entradas in extremis para la presentación de su libro “La mirada quieta (de Pérez Galdós)” y un día antes del evento canceló por coronavirus, y cuando el año pasado no se presentó a la Feria del Libro de Madrid para firmar ejemplares de su última novela “Le dedico mi silencio”, entendí que ya nunca podría conocerlo. Que, aunque hice cuanto pude, el esperado encuentro simplemente nunca tendría lugar y esa fue la más amarga de las resignaciones. 

fuad.chacon@outlook.com


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