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Árbol que crece torcido…
En el solar de nuestra casa del pueblo, como en todos los solares cuando a las casas les dejaban solares.
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Jueves, 15 de Octubre de 2020

Mi vida siempre estuvo ligada a los árboles. En épocas de cosecha cafetera, mi papá, mi mamá y yo nos íbamos a coger café en la hacienda de un tío, que nos dejaba una gira de cafetal para cosecharlo para nosotros. Árboles por todas partes para uno treparse a jugar con el viento y cazar pajaritos.
   
En el solar de nuestra casa del pueblo, como en todos los solares cuando a las casas les dejaban solares, también había árboles: un aguacate, un mango, dos naranjos, tres limoneros y un guanábano, además del totumo que servía de gallinero, y nos  proporcionaba los calabazos y las jícaras pal guarapo.
   
En la escuela, el 12 de octubre no celebrábamos ni el descubrimiento de América, ni el Día de la raza, ni del indigenismo, ni encuentro de dos culturas con que ahora se ufanan los intelectuales. Celebrábamos el Día del Árbol. En un desfile, con música de tiples y pólvora, llevábamos un arbolito recién nacido en un anda como en una procesión por las calles del pueblo y en alguna parte, a la orilla de la quebrada La Gualisa (la hembra del gualí, un pajarraco que se bañaba en aquellas aguas) lo sembrábamos. Algunos de los pocos árboles que hoy permanecen cerca de la quebrada, son de aquellas siembras que, año tras año, se hacían el 12 de octubre.
   
De modo que nací entre árboles, me crie entre árboles y crecí entre árboles. Con razón uno es tan amontado, tan montuno, tan del monte. Algo más. En un ceibo grabaron mi pie derecho, que creció y creció hasta las alturas. Lo hacían para evitar el mal de ojo y  las “malezas” de estómago y que al recién nacido se le saliera el ombligo. 
   
Por todo lo dicho, me alegré cuando vi que en algunos municipios hubo sembrata de árboles el pasado 12 de octubre.  Lo que quiere decir que aún existe o que está renaciendo conciencia de la importancia de los árboles para nuestro vivir. Y por eso duele cuando almas desalmadas y manos armadas de machete tumban árboles en nuestras calles o los tusan por completo dañando no sólo la sombra y el frescor en este clima, sino acabando con  las fuentes subterráneas de agua.
   
Nuestro Pamplonita cada día está pior. Sendero de piedras dicen los poetas. Cuando llueve por las cabeceras, algo se crece, pero en épocas normales, hay que decir con el refrán: Agua pasó por aquí…  Si los compositores de Brisas del Pamplonita, Elías Mauricio Soto y don Irwin Vale, volvieran a nacer, ya no tendrían en qué inspirarse. 
   
¿Qué sucedió? Que tumbaron los árboles de las orillas y no hubo doces de octubres para sembrar otros. Que hicieron talas de bosques sin que les temblara el hacha. Porque somos malos hijos con la madre tierra. Por eso es por lo que dicen que este virus que nos está diezmando, es un castigo de la naturaleza. Y puede ser.
   
Es hora de seguir el ejemplo de las viejas épocas en Las Mercedes, y de las nuevas épocas en las ciudades donde se está impulsando un renacer de conciencia. Pero no es suficiente con lo que hacen Corponor y las Alcaldías y la Gobernación y algunos Rotarios y otros clubes y organizaciones. 
   
Es necesario que todos nos metamos en la mollera el compromiso de sembrar árboles,  donde sea. En las calles, en los callejones, en los pedregales y en el campo.  En las orillas o lejos de los ríos. No importa que el árbol salga  chueco: “Árbol que crece torcido sirve para columpio”.

gusgomar@hotmail.com

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