No había terminado el primer día de abril de este enrevesado año, cuando ya san Pedro estaba abriendo los grifos a todo taco, para que nos cayera agua de la buena, de la que tanta falta nos estaba haciendo.
“Pa que no frieguen con jota”, debió decir san Pedro que, por ser santo, no es grosero y sabe disfrazar el “Pa que no jodan”. Y en eso tiene razón el portero celestial: los mortales echamos mucha vaina, jodemos.
Si hace sol pedimos lluvias, y cuando llueve pedimos verano. Y no sólo con el clima. Sucede con todo. Los solteros viven soñando con el matrimonio. Se casan, y a los dos meses ya están pensando en separarse. Se separan y vuelven a buscar con quién arrejuntarse. Nadie entiende a los hombres. Nadie nos entiende. Y a las mujeres, menos.
Hacemos rogativas y mandamos promesas para que pasen el calor y la sequía. Y ahora que empezaron los aguaceros, no tardaremos en hacer rogativas y mandar promesas para que de nuevo salga el sol y haga calor.
El creador del universo le asignó a cada mes una función distinta: enero, mes de las deudas y los guayabos y los arrepentimientos. Mayo, mes de las mamás y de las flores. Diciembre, mes de las fiestas, los grados y los aguinaldos. Agosto, mes de los vientos. Abril, el de las lluvias mil, pero lluvias insulsas, ligeras, a veces con sol, porque así son las gracias del Señor. Noviembre era el mes de los aguaceros y las inundaciones y las crecidas de los ríos.
Ahora todo es distinto. Hace sol todo el año y hay vientos desde mayo y las fiestas nunca terminan. Se les trastocó el manejo de los instrumentos celestiales a los encargados de manejarlos. O tal vez el progreso y la tecnología también llegaron al cielo, pero los santos no aprendieron el uso computarizado del clima. Loro viejo no aprende a hablar y san Pedro debió quedarse en la época del manubrio y el pedal.
Pero bueno. Lo que quiero decir es que este abril llegó con todo. Con aguaceros fuertes. Gracias a Dios, porque el calor tan macho nos tenía resecos. Hoy hemos visto con alegría que el Pamplonita dejó de ser un caño seco. Y ya podremos volver al Zulia los domingos a refrescarnos en sus aguas y a hacer el sancocho trifásico, que tanta falta nos estaba haciendo.
Lo malo es que las aguas que lloviendo nos llegan, nos cogen desprevenidos, sabiendo que había que estar prevenidos.
El puente sobre el Zulia dicen que es un puente enclenque, cuyos arreglitos nocturnos ya no son suficientes. Las calles de la ciudad se inundan porque parece que Cúcuta fue construida en verano y no le hicieron los desagües necesarios. Y nadie previene lo previsible. Los árboles viejos se desgajan porque falta una política de renovación de los árboles de la ciudad.
A los que sí les va bien es a los vendedores de paraguas. Venden si hace sol, porque la piel y las calvas hay que protegerlas. Pero entonces, por las técnicas de la publicidad, no los ofrecen como paraguas sino como sombrillas. Y venden si llueve, porque para eso son los paraguas.
A los vendedores de botas pantaneras y de zuecos también les va bien en invierno. En cambio en verano se les daña el negocio.
El presidente Santos, que tiene vocación de maestro de escuela, no demora en aparecer por televisión, junto al tablero y con la tiza en la mano, diciéndonos que debemos gastar mucha agua para que los embalses no se desborden y causen estragos. Y que ahora no habrá apagón, sino inundación.
Me gusta la pedagogía del presidente Santos, tan distinta de la pedagogía de los muchachos de La Habana. Lo malo es que mientras tanto, el país se nos sigue desmoronando por todas partes.
Bienvenidas, pues, las aguas que lloviendo vienen, pero no tantas ni tan intensas. Eran mejores las lloviznitas de abril, simpáticas y coquetonas, como muchachas quinceañeras.