Cleto Ardila, mi abuelo arriero, me enseñaba refranes y adivinanzas, que se me quedaron metidos en la mollera y por eso vivo repitiéndolos. Pero las adivinanzas que más me gustaban eran aquellas difíciles de descifrar: Blanco, redondo, gallina lo pone. Un perro en el Chocó late. Agua pasó por aquí, cate que no te vi.
Traigo esto a colación (del verbo colar), porque me he enterado que un candidato presidencial ha dicho que, si gana las elecciones, el eje central de su programa de gobierno será la sustitución, no de los cultivos ilícitos, sino del petróleo, cuya producción será reemplazada por la de aguacate.
Yo, que no soy político y que no creo mucho en los programas de gobierno, brinqué de alegría cuando vi que, por fin, un político presidenciable quiere tomar en cuenta esta fruta, que ha pasado tan desapercibida por los mandamases de nuestra región y de nuestra patria.
Me gustó mucho la idea, tanto, que estoy dispuesto a ofrecerle mis servicios a ese candidato como asesor en cuestiones de coplas y ensaladillas para resaltar las virtudes del aguacate, lo cual, indudablemente, lo hará más simpático y atractivo (al candidato) ante sus seguidores, y ante quienes lo comen con sal (al aguacate).
Como sé que en Venezuela son también muy adictos al aguacate, sería una buena manera de ganar adeptos en ese país para esta causa (la del candidato). Maduro, por ejemplo, siendo cucuteño, debe tener un gusto muy especial por él (por el aguacate), y podríamos atraerlo para que saque su cédula colombiana del baúl donde la tiene escondida y salga a votar por sus amigos (candidato y aguacate). Eso es ser patriota, como sé que lo es él.
Mi amor por el aguacate no es de ahora, viene de niño, como ya dije. En las cuaresmas, el aguacate reemplazaba la carne, el pollo y el pescado, en nuestra mesa. Me aficioné tanto a él (al aguacate) que hoy forma parte indispensable de nuestro sancocho de los sábados y del pichaque para los asados del domingo.
Gustos aparte, son muchas las ventajas del aguacate frente al petróleo. En Las Mercedes, por ejemplo, todas las casas tenían solar, y en cada solar había árboles frutales y jamás faltaban uno, dos o tres árboles de aguacate. Nunca vi, en cambio, en aquellos solares, máquina alguna para extraer petróleo crudo, ni para refinarlo.
Mucha gente se gana el pan de cada día vendiendo aguacates en carretas por la calle. No se vende el petróleo en las esquinas. Lo más cercano es la gasolina, y ese es otro cuento.
La guerrilla rompe oleoductos causando estragos ecológicos por el derrame del petróleo. Con el aguacate no se le hace daño a nadie, al contrario, sirve de alimento y fortificante, aunque la mala prensa dice que el aguacate produce espinillas en la cara de los adolescentes. ¡Mentiras! Es que las redes sociales propagan muchos embustes.
La sal le da al aguacate un sabor exquisito y provocativo. No he sabido de gente que coma petróleo con sal.
Cuando yo estaba en el internado, mi mamá me marcaba los calzoncillos y las franelas con una especie de tinta indeleble que tiene el gurapo o pepa del aguacate. ¡Vayan las mamás a marcar calzoncillos con petróleo!
Al aguacate lo llaman “cura” en algunas partes, con gran sentido religioso. Al petróleo no le dicen ni monaguillo.
El precio del petróleo lo tasan en dólares los organismos internacionales. Difícil sería conseguir dólares para comprar el aguacatico del almuerzo.
El vendedor le da a uno la pruebita del aguacate. Ni Ecopetrol ni las compañías gringas petroleras acostumbran a dar la pruebita de petróleo.
Como se ve, son muchas las ventajas del aguacate sobre el petróleo. Y hasta se les podrían inventar coplas (al aguacate y al candidato): “Allá arriba en aquel alto, hay un puesto de aguacates/ cada vez que subo y bajo, me compro uno”. O una adivinanza: “Petro-leo pasó por aquí, cate que no lo vi”. ¡Gracias a Dios!