A Rodrigo Rodríguez Canoles le robaron varios meses de su vida sin previo aviso. Un joven trabajador, tranquilo, sin antecedentes ni problemas con la justicia, fue arrestado en plena calle como si fuera un criminal.
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Lo esposaron sin explicaciones, lo señalaron y, peor aún, lo condenaron a casi nueve años de cárcel por un delito que no cometió. ¿Su único “error”? Tener una identidad que otro hombre usó para engañar a la justicia.
La pesadilla comenzó el año pasado. Rodrigo regresaba a casa cuando fue interceptado por agentes policiales. Le pidieron la cédula, la revisaron y, en cuestión de minutos, estaba detenido.
¿Por qué? Le dijeron que pesaba sobre él una orden de captura por porte ilegal de armas. Él no entendía nada: nunca había tocado un arma.
Sin embargo, la justicia lo condenó por un hecho ocurrido el 25 de enero de 2020 en Turbaco, Bolívar. Aquel día, un hombre fue capturado en flagrancia con un arma. Para evadir su responsabilidad, ese hombre dio el nombre y el número de cédula de Rodrigo.
El sistema judicial no cotejó huellas, ni verificó rasgos físicos, ni se tomó la molestia de pregunta; simplemente creyó la mentira y procesó al nombre equivocado.
Rodrigo no se enteró de nada. Cuando al fin lo hizo, ya era demasiado tarde: estaba en prisión. Y allí, encerrado entre muros que no merecía, vivió su infierno. Perdió su trabajo, su paz, su libertad.
“A mi hija la veía solo en sueños”, cuenta con la voz rota. “Pensé que me iba a morir allá adentro. Lo que viví no se lo deseo a nadie”.
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Pero no todo estaba perdido. Una tía suya, con el corazón en la mano, tocó las puertas del Proyecto Inocencia, de la Universidad Manuela Beltrán, UMB, un programa jurídico que desde 2007 busca justicia para los condenados por errores judiciales. Aunque funciona a nivel nacional, su sede en Bucaramanga fue clave en este caso.
“Cuando conocimos su historia, investigamos a fondo. Y descubrimos que tenía razón”, cuenta Francisco Rafael León Rueda, coordinador del proyecto.
¡Se reconstruye el caso!
El equipo del Proyecto Inocencia, junto a la Facultad de Investigación Criminal de la UMB, reconstruyó el caso con paciencia y rigor.
Pronto hallaron una contradicción decisiva: en el expediente de 2020 se describía que el capturado tenía un tatuaje de pez en la pierna izquierda. Rodrigo José no tiene ningún tatuaje.
Compararon fotografías, registros físicos y rasgos faciales. Las pruebas eran concluyentes: no era la misma persona.
Aun así, no fue fácil. El primer juez negó la solicitud de peritaje. Tuvieron que insistir. Finalmente, otro juez autorizó un nuevo análisis, que abrió la puerta de la verdad.
El 4 de junio de 2025, hace apenas dos semanas, el Juzgado Segundo Penal del Circuito de Turbaco reconoció el error. Rodrigo es inocente. Se ordenó su libertad inmediata y se exigió a la Fiscalía investigar al verdadero responsable.
Ese día, el protagonista de esta historia salió caminando de la cárcel. Pero no del todo libre. “Me quitaron años de mi vida. Me quitaron momentos con mi hija. Me quitaron la tranquilidad. Y nadie me los va a devolver”, dijo con una mezcla de rabia y alivio.
El Proyecto Inocencia es mucho más que un equipo legal. Es una luz para quienes han sido arrojados a la oscuridad del olvido judicial.
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“Este es un trabajo conjunto con los estudiantes de último semestre de Derecho, docentes y expertos. Juntos operamos una Clínica Jurídica que analiza casos de personas condenadas, pero donde aparecen pruebas nuevas que podrían demostrar su inocencia”, explica León Rueda.
Y resalta tres aspectos esenciales:
- - “Primero, es un trabajo completamente gratuito, destinado a personas de escasos recursos”.
- - “Segundo, solo atendemos casos donde la persona ya fue condenada y hay evidencias nuevas y verificables”.
- - “Y tercero, el proceso incluye apoyo psicológico. Nuestros estudiantes de Psicología también brindan acompañamiento, terapias y contención emocional para reparar, en algo, el daño causado”.
Durante los últimos años, el Proyecto Inocencia ha logrado liberar a 17 personas condenadas injustamente: son 17 vidas rescatadas del abismo.
La historia de Rodrigo no solo es un testimonio de resiliencia. Es también una alerta: en un país donde basta un número de cédula para hundir a alguien en la cárcel, se necesita mirar más allá de los papeles. Volver a ver los rostros. Escuchar las voces. Dudar de lo que parece evidente. Solo así evitaremos que más inocentes paguen culpas ajenas.
Si conoce a alguien que esté pasando por un infierno similar, puede escribir al correo: proyecto.inocencia@umb.edu.co
Gracias a este esfuerzo, muchos han vuelto a volar libres, como Rodrigo; aunque todavía él mismo confiesa que está con las alas rotas.
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