Las constantes quejas de los ciudadanos sobre las fuentes móviles y fijas que sobrepasan los niveles de ruido tolerables para el ser humano parecen caer en oídos sordos de los gobernantes de turno en el municipio de Ocaña.
La avenida Francisco Fernández de Contreras, así como barrios periféricos como Juan XXIII, Landia, Santa Clara, Las Llanadas, Simón Bolívar y la Circunvalar, se han convertido en zonas ruidosas donde los residentes no logran conciliar el sueño, especialmente durante la noche.
Los afectados reclaman a las autoridades ambientales acciones contundentes, así como la imposición de multas y sanciones a los infractores para frenar la contaminación auditiva.
“Es imperioso regular el uso del suelo por parte de la Oficina de Planeación, para evitar el funcionamiento de bares y cantinas en zonas residenciales”, manifiesta Emilio Jiménez, habitante del barrio Cañaveral, quien censura la pasividad de los patrulleros de la Policía Nacional al momento de imponer comparendos ambientales.
Los líderes comunales recomiendan a las autoridades revisar las condiciones acústicas de los locales comerciales y los equipos de amplificación de sonido para garantizar el cumplimiento de las normas.
Ante la permisividad de las autoridades, muchos comerciantes abren sus negocios al público y posteriormente adelantan los trámites relacionados con el uso del suelo, certificados ambientales e industria y comercio.
Los afectados aseguran que no ha existido “poder humano ni divino” para hacer cumplir la Ley 99 de 1993, que organiza el Sistema Nacional Ambiental (SINA) y establece normas para garantizar la tranquilidad de las comunidades.
“Es cuestión de aplicar las disposiciones. Ahora salió la Ley Antirruido y, a pesar de los supuestos controles, los jóvenes insisten en generar mayor malestar a los vecinos. Falta mano dura para castigar ejemplarmente a los infractores”, manifiesta Alonso Márquez, residente del barrio Sesquicentenario, quien considera que el control de esta problemática se salió de las manos de los mandatarios locales.
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A diario se observan conductores recorriendo las calles de la ciudad con parlantes a todo volumen, sin importar los quebrantos de salud de los adultos mayores. A ello se suma el “pistoneo”, práctica en la que se modifican los exhostos de las motocicletas para simular disparos, provocando crisis nerviosas entre los ancianos.