Signos a identificar
La violencia sexual debe entenderse desde dos aristas, explica Catalina Vertel, gerente de la IPS Creciendo con Cariño (adscrita a la Corporación Cariño que lleva más de 40 años brindando atención integral a niños, niñas y adolescentes víctimas de maltrato y violencia sexual): una que comprende la ocurrencia de actos abusivos con contacto y otra que comprende la ocurrencia de actos abusivos sin contacto. La primera de ellas hace referencia a hechos que implican de forma directa al cuerpo de los más pequeños: besos, abrazos, caricias, introducción de objetos o partes del cuerpo (en cualquiera de sus orificios), etc. La segunda hace referencia a manifestaciones de manipulación, hostigamiento, conversaciones de carácter sexual, piropos, insinuaciones, etc.
“Cualquiera de ellas se hace con el objetivo de tener una satisfacción sexual por parte del agresor”, explica Vertel. “Ambas formas generan traumas y están categorizadas como violencia sexual en Colombia”. Se trate de una u otra manifestación, será importante tener presentes los siguientes indicadores que, si se presentan de forma simultánea tres o más, deben ser considerados signos de alarma.
A nivel físico podrá identificar dolores abdominales, pélvicos, fisuras en la zona genital, irritación, picazón, inflamación, mal olor, flujo con sangre o materia en la zona vaginal o anal, moretones en el cuerpo o infecciones urinarias frecuentes. “Estos tienden a ser los más contundentes. Hay que prestarles atención y consultar al médico, no solo para tener un diagnóstico usual, sino también para activar un protocolo de atención en caso de ser necesario, sobre todo si aparte de estos indicadores físicos hay también indicadores emocionales”, explica Mabel Patiño, psicóloga magíster en Salud Mental de la Niñez y la Adolescencia, coordinadora del Centro Psicoterapéutico Jugar para Sanar, de la Fundación FAN.
A nivel emocional y comportamental pueden identificarse sentimientos de tristeza, irritabilidad, miedo, odio, culpa, vergüenza y frustración. Además, comenta Vertel, haber cambios bruscos en el estado de ánimo y pérdida del sentido de la vida y el interés e n las actividades escolares y el juego.
Así mismo, bajo situaciones de abuso los menores de edad pueden presentar resistencia a bañarse, a recibir manifestaciones de afecto como abrazos, asistir a ciertos lugares o encontrarse con ciertas personas.
Finalmente, y sobre todo la primera infancia (de 0 a 5 años) y la infancia (de 6 a 11 años) pueden manifestar comportamientos de autoestimulación frecuente en público, tendrán un interés excesivo por juegos con contenido sexual o erótico y no aptos para su edad. Vertel recuerda que “estos signos aparecerán abruptamente y deberán manifestarse de forma simultánea”, además, añade que en el caso de adolescentes (entre los 12 y 18 años) puede haber conductas disruptivas, trastornos alimenticios, tendencia a atentar contra su vida, autolesión, consumo de sustancias psicoactivas y rechazo constante a manifestaciones de afecto.
Qué hacer y qué no hacer
En caso de que identifique varios de los indicadores descritos es muy importante que no indague. La psicóloga Patiño hace énfasis en que conversar con el niño puede llevar, sin quererlo, a la implantación de memorias o recuerdos, lo que podría afectar el proceso legal. “Lo que hay que hacer es buscar ayuda profesional, un psicólogo o médico especialista que se encargue”, dice.
Por otro lado, si en lugar de identificar signos de alarma él o ella decide relatarle lo ocurrido, la clave es creerle, porque cuando lo hacen podrían encontrarse al límite de la situación. “Hay que agradecerle por confiar, creerle y comentarle que van a buscar ayuda”.
Es fundamental evitar confrontar al niño con el agresor o negar que lo que está diciendo es real. Si bien es una situación que no debe mantenerse en secreto, debe respetarse la privacidad. “Del manejo que se le dé depende que el niño permanezca tranquilo y confiado”.