Por motivos laborales viajo a Estados Unidos con frecuencia. Escribo esta columna desde un hotel en Washington, la capital. Tengo el mal hábito de ver noticias en los hoteles, y he visto, desde hace un largo tiempo que todos los noticieros, los serios y los menos serios, los de farándula, los de deportes y economía, todos informan de manera casi que permanente sobre Trump.
Pareciera que no hay más noticias. Es casi una misma imagen: Trump de camisa blanca, vestido azul y corbata roja. Cambia, eso sí, el titular de la noticia. Sobre el famoso muro, sobre las amantes, Melania, algo del escándalo ruso, y nuevamente sobre el muro, el escándalo ruso, las actrices porno. Y vuelve el sainete. Hoy, por ejemplo, cuenta en tono jocoso que el señor presidente fungió de guía turístico en la casa blanca, guiando a algunos visitantes. Lo dicen como si fuera noticia, como si fuera importante.
Este asunto, todo este asunto de Trump y su perenne y desgastante permanencia en los medios, me hace pensar que quien está realmente mal no es él, sino nosotros. Buscamos con morbo a los medios, a las redes sociales, para exigirles la fabricación de un bufón.
Aclamamos, rogamos, para que cada día nos traiga un ídolo con patas de barro. El ministro de esto, el sacerdote aquel, el presidente de esta nación, o el capitán de aquel avión. Siempre, desde que abrimos los ojos y vemos el celular (vemos el celular aún antes de saludar a la persona que yace a nuestro lado), buscamos a quien vamos a crucificar; porque esa nuestra esencia. Armar el bufón, que nos divierte un rato, y luego lo anulamos.
Esa es la misma tradición que en algunos pueblos patrios hacen con el muñeco de año viejo: “quememos lo que ya nos divirtió”.
Trump es un ejemplo: Armaron su bufón, con inmensa ayuda de los medios, y ahí lo pusieron, en el pedestal para que todos lo vieran hacer arlequinadas y mojigangas. Y ahora que ya lo tiene visto, lo quieren meter preso. Ya nos agotó de sus payasadas.
Lo mismo con el dictador de Venezuela: Está ahí porque nadie nunca dijo nada. Ni USA, ni Europa, menos nosotros; pero ya nos cansamos de su sonsonete, así que hay que buscar otra marioneta. Así vamos, siempre buscando el muñeco para darle vida y que nos entretenga un rato, amplificando sus monerías en las redes sociales.
Ya nos cansaremos del payaso de ocasión y para eso está la hoguera, la que revisamos antes que saludar a quien a nuestro lado aún yace.