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El aprendiz
Ológrafo
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Lunes, 14 de Julio de 2025

Antiguamente, el tiempo poseía una tardanza íntima, un letargo bonito que mimaba las cosas simples y las conducía, dóciles, a un horizonte imaginario donde está el umbral de la eternidad…

La poesía emergía lenta, con la quietud de una laguna cuando el silencio siembra el encanto natural del agua, con el gorjear de los pájaros, o con el final de un laberinto desdoblándose con elegancia espiritual.

Mi maestro fue un pájaro carpintero que venía, de madrugada, a picotear versos en el gran árbol que subía hasta el balcón, donde me sentaba a soñar –o a esperar-, una de esas ausencias que aún no sé definir…

Y fue labrando, así, mi leyenda peregrina, buscando una palabra musical para refugiar mi nostalgia en un espejo sentimental -de cristal- que reflejara el tiempo de la fantasía, para escuchar mejor el eco del destino.

De las hojas del viejo tronco de La Rinconada aprendí que la libertad no pertenece a nadie, sino a cada quien, que es una sucesión de sueños en volandas, sellando una alianza con el viento para ir a una esperanza azul. 

Que de un poema surgen el colibrí seductor, la acequia serena, el jazmín arrullador, la mariposa coqueta, la ardilla juguetona, la hormiga ceremoniosa, el ganado paciendo, el estanque de peces, la araña tejiendo su melancolía, la cadencia de un ciempiés, en fin…

Mi corazón se asomaba a la luminosidad naciente, mientras la luna cortejaba mí soledad, sombreada por una lámpara que alargaba el humo del café y quería fugarse, temprano, con la magia del tono de luz del amanecer.


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