Lo reclaman las barras del Senado. Los piden los ciudadanos, y hasta la oposición; todos piden que se corrija el rumbo. Que me mejore el “caminao” piden otros.
Siempre, a toda hora, en todo momento, esa parece ser la consigna de un ciudadano. “Que el gobierno mejore”, reclaman los ofuscados politólogos de café, a media mañana.
Es nuestro pasatiempo: pedimos que algo cambie, siempre, sin saber qué queremos cambiar; mucho menos hacia dónde queremos el cambio.
Miren ustedes la reforma tributaria. Todos piden, todos se autoproclaman expertos, todos saben hacia donde debe apuntar la reforme.
Lo mismo pasa con la reforma política. Y la creación de nuevos ministerios. También con las modificaciones al código penal. Todos saben. Todos nos levantamos en el podio del saber, y le señalamos a la horda de ignorantes cual es el camino indicado.
Yo mismo lo hago todo el tiempo. En estas líneas he señalado lo que debe ser y hacer el gobierno en materia de reformas; siempre con la consigna de “Ustedes deben corregir el rumbo, y yo sí sé cómo y hacia dónde”.
Colombiano que se respete sabe más de fútbol que cualquier entrenado europeo. Sabe más de música que Mozart. También es experto en drogas, y en la lucha que contra ellas se debe librar.
Todos sabemos cómo se debe jugar cualquier deporte, y damos cátedra desde nuestras poltronas.
Colombiano que se respete sí sabe cómo conducir las relaciones internacionales, y tiene la fórmula mágica para acabar el tráfico de las grandes urbes. Sabe, desde luego, como acabar el problema del embarazo adolescente.
Eso somos: los más expertos en decir cómo es la vida del otro, como debería ser la vida del otro, pero siempre incapaces de ejercer en comarca propia.
No sé ustedes, pero se me vienen miles de ejemplos a la cabeza. Los curas que predican amor y respeto, pero gustan de los niños. Los políticos, que hacen las leyes más severas y van caminando con un pie en la cárcel. Los deportistas, que pregonan la pureza del oficio pero se inyectan esteroides. Los médicos, que recetan tratamientos que no funcionan.
El padre perfecto que abraza a sus hijos, luego de pasar unos minutos por donde la madame para recibir cariño.
Pienso también en los homofóbicos, que casi siempre disfrutan en silencio de las caricias provenientes del mismo sexo.
Pero de todos los habitantes del planeta, se me antoja que somos los Colombianos los que más sabemos de todo; siempre sabemos cómo arreglar el mundo, en todos sus aspectos, en todas aristas. Y más les vale que me hagan caso, porque yo sí tengo la razón.