Una historia que se repite
Treinta años después, el contexto no es muy diferente. El 16 de enero de este año, el ELN lanzó una violenta ofensiva contra las disidencias de las Farc. En apenas dos semanas, los enfrentamientos dejaron un saldo de 80 muertos y más de 48.000 desplazados en toda la región. La Gabarra, como epicentro del conflicto, está ahora atrapada entre el fuego cruzado.
“Los tiroteos se escuchan a toda hora. En las veredas cercanas los combates no paran”, dice José Ignacio. Aunque la estación de Policía alberga a unos 25 agentes, su presencia no es suficiente para devolverle la tranquilidad al pueblo. La población teme que la situación empeore. “Estamos a la deriva. No hemos visto tropas del Ejército, y las ayudas humanitarias llegan a cuentagotas. Los que se fueron están en Tibú y Cúcuta, pero su retorno es incierto”, comenta.
Un pueblo fantasma
El parque principal, que antes era el centro de encuentro de los habitantes, está ahora completamente desolado. Las calles que alguna vez estuvieron llenas de niños jugando y vendedores ambulantes, hoy lucen vacías. Hasta el río Catatumbo, fuente de vida y sustento para los pescadores de la región, parece haber sido abandonado.
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“El miedo se siente en el aire”, dice José Ignacio. “Ya no somos los mismos. Aquí todo el mundo recuerda lo que pasó con los paramilitares, y ahora vemos que la historia se está repitiendo”. Su preocupación no solo es por él y su familia, sino por el futuro de un corregimiento que ha sido olvidado por el Estado y consumido por la guerra.
A pesar de todo, José Ignacio no pierde la esperanza. “Somos gente de campo, gente que sabe resistir. Pero también necesitamos que el gobierno nos mire, que nos ayuden a salir adelante. No podemos solos”, afirma.
En las montañas del Catatumbo, la violencia parece ser un ciclo interminable, pero también hay historias de resistencia como la de José Ignacio y los pocos habitantes que se aferran a su tierra.
Mientras tanto, La Gabarra sigue esperando. Espera que las calles vuelvan a llenarse, que el parque recobre su vida, y que el eco de los fusiles se convierta en un recuerdo distante. Espera, en silencio, que la paz finalmente llegue al Catatumbo.
(*) Nombre cambiado a petición del entrevistado
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