Está Cúcuta cumpliendo 250 años de fundada por doña Juana Rangel de Cuéllar y permítame el país que yo, que soy nacido en Cúcuta, diga algunas palabras sobre ella.
Nací en un hogar cucuteño, de una de las familias más antiguas de la ciudad. Me crié allí en la escuelita de la hermana Rosalía. Jugué con todos mis coterráneos en la plaza de Mercedes Ábrego dañando los jardines y bajando cocos.
Oí desde niño a don Elías Soto tocando en mi propia casa, las ‘Brisas del Pamplonita’ donde él me enseñaba inútilmente música en compañía de mi hermana Matilde. Escuché los versos de Pacho Morales y los poemas de Teodoro Gutiérrez Calderón los aprendí de memoria.
Me aprendí de memoria ‘La bandera colombiana’. Oí los sermones encendidos, como los de Savonarola, del padre Demetrio Mendoza y del padre Jordán. Leí muchas veces cuando niño las cartas del general Santander a mi abuelo don Manuel. Las tengo en mi casa. Me quedé extasiado mirando las palmeras del parque Santander y su estatua de bronce. El era mi pariente.
Subí a echar cometas en La Piedra del Galembo. Me bañé mil veces en los pozos del río Pamplonita. Me agarré a puño cuando niño con Virgilio Barco. Vi pintar muchas veces al genial pintor cucuteño Salvador Moreno. Recorrí todas las calles de mi ciudad en un pequeño caballo que mi padre me había obsequiado. Estuve mirando las excavaciones de los pozos de petróleo de mi tierra. Compré dulces de contrabando de Venezuela.
Oí muchas veces el relato del Terremoto de Cúcuta donde murieron muchos de mis antepasados. Me contó mi madre muchas veces todos los detalles del sitio de Cúcuta. Ella me relató lo que dijo mi abuela frente a la estatua de Santander cuando la ciudad estaba sitiada: ‘Pariente, he ahí tu obra’.
Oí tocar al violinista de mi tierra, Ángel María Corzo. Me bañé muchas veces en la toma sucia que pasaba por el solar de mi casa y colindaba con los Hernández. Comí los pasteles de Pacho, los arrequives de doña Corina, y pezuñas de cerdo de La Turra Petra.
Aprendí a leer en La Historia de Cúcuta de don Luis Febres Cordero, mi pariente. Me dio férula en mis manos infantiles don Luis Salas Peralta, en la clase de aritmética.
Con sus padres y dos de sus hermanos
Estuve muchas veces enfermo de disentería, cuando niño, por comer almendrones que caían de los árboles. Me cuidó el inmortal médico de la ciudad, don Erasmo Meoz. Vi a doña Amelia Meoz construyendo hospitales y asilos para pobres. Vi a doña Teresa Andressen haciendo colegios y asilos para niños. Es decir que yo soy entrañablemente cucuteño.
Hoy a los 250 años de su fundación quiero saludar a esa ciudad y agradecerle su aire, su agua, su ambiente, sus estrellas, sus modales, su franqueza, su lenguaje, su visión bellísima de la patria y del cerro Tasajero, lleno de petróleo y su contemplación todas las noches del Faro del Catatumbo.
Quiero tributarle un homenaje a mi ciudad natal que se ha levantado sola, casi nunca ha sido ayudada seriamente por el gobierno central, aunque ella ha aportado las leyes de la patria con el general Santander y ha aportado una magnífica colaboración con sus hijos mejores.
Al conmemorar 250 años de su fundación, sepa el país que Cúcuta la silenciosa, la ciudad que es un bosque de árboles, la ciudad que le dio las leyes con Santander, es una ciudad de grandes valores, de una historia llena de poesía, de generosidad y de progreso.
padre García Herreros Unda
Recopilación de Gastón Bermúdez*