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Históricos
Cien años de la Biblioteca Julio Pérez Ferrero
Es un acontecimiento histórico, que enaltece a la ciudad.
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Lunes, 15 de Julio de 2019

Por: Guillermo Maldonado Pérez

Este año de 2019, la Biblioteca Pública Julio Pérez Ferrero cumple cien años de su fundación. 

Sin duda un hecho trascendente para la cultura regional. Cien años de una biblioteca es un acontecimiento histórico, que enaltece a la ciudad.

No hay muchos lugares en Colombia donde pueda encontrarse una entidad de esta naturaleza con un siglo de existencia. Especialmente honroso para la capital nortesantandereana, señalada muchas veces de erial cultural, indiferente a los valores del intelecto y del espíritu; esta tradición centenaria contradice el juicio anotado, pues al contrario muestra que se ha sabido mantener la Biblioteca, que se ha reconocido su importancia al entregar gran parte del edificio restaurado del antiguo Hospital -hermosa construcción del siglo XIX, para su actual funcionamiento1, la rara paradoja la de Cúcuta, ciudad fronteriza y mercantil por excelencia que, sin embargo, puede mostrar a la par un sin número de hitos culturales, de gran valía, que dan testimonian del interés que la ciudad ha mostrado por el arte y la cultura a lo largo de su historia; sin duda se han dado largos períodos de vacío y desinterés, pero no han faltado las realidades culturales que, difundidas con amplitud, bien podrían contribuir a una equilibrada resignificación de la ciudad.

En su comienzo la Biblioteca se llamó Batalla de Boyacá, para conmemorar el Centenario de la Independencia; el gobernador de la época, D' Luis Febres Cordero – acucioso historiador del antiguo Cúcuta- dispuso que el nombre de la Biblioteca fuera el de su fundador, Julio Pérez Ferrero. 

Nombre que además vincula el presente de la ciudad con la formidable generación de la segunda mitad del siglo XIX, que construyó por iniciativa propia el Ferrocarril y el tranvía urbano, la misma que levantó la ciudad de sus ruinas después del terremoto de 1875, para ser considerada nuevamente como una de las más bellas y prósperas de Colombia; una generación histórica que debería iluminar como faro el presente y futuro de la ciudad; en la mente de Julio Pérez Ferrero, por su condición de miembro activo de aquella extraordinaria generación, resultó natural concebir el proyecto de fundar una biblioteca pública en su ciudad natal, que hoy cumple 100 años: “Cuando ejercía como secretario de Instrucción Pública del Departamento, ejecutó la ordenanza número 45 del 14 de abril de 1919, que facultó al Gobierno Departamental para crear la Biblioteca Puente de Boyacá. Pérez Ferrero redactó el reglamento y dispuso lo indispensable para que funcionara la Biblioteca que se inauguró el 7 de agosto de 1919.2 Como modesto aporte a la celebración del acontecimiento cultural centenario, anotamos aquí algunos apuntes biográficos de su fundador.

***
Don Juan Ferrero y Caballero, abuelo materno de nuestro personaje, es el primero de este apellido que vino a América; llegó a las costas venezolanas enrolado como subteniente de las tropas de la Reconquista, a órdenes del General Pablo Morillo; antes había combatido como soldado de su país contra los ejércitos de Napoleón, y en Venezuela estuvo en la Batalla de Carabobo, en 1821, y en la del Lago de Maracaibo, en 1823; al terminar la guerra entre realistas y patriotas, ostentaba el grado de Capitán de su Compañía, Primera del 2º Batallón de Burgos. 

En las Capitulaciones de Maracaibo se estipuló que los republicanos darían pasaporte a Cuba o España a los oficiales realistas derrotados; don Juan Ferrero decidió quedarse en Maracaibo, donde a poco contrajo matrimonio con Da. Leonarda Leal de Ojeda, de 23 años; se dedicó al comercio y en los primeros meses de 1826 el matrimonio se trasladó definitivamente a Cúcuta, cuna del apellido Ferrero en Colombia. 

Abrieron un pequeño almacén que don Juan atendía tras el mostrador; el pequeño negocio creció y con el tiempo constituyó la sociedad Spanochia & Ferrero, después Ferrero & Bousquet, que persistió hasta después del Terremoto; según cuenta don Carlos Ferrero “el almacén estaba situado al lado de la casa de habitación del familia, en la Av. 4ª. de Soto, poco más abajo de la calle 13, en los números 81, 83, 85 y 87 de la vieja nomenclatura”. 

Nunca volvió don Juan a su natal Castilla la vieja; murió en Cúcuta en 1859; por aquellos días sucedía la guerra contra Melo, y en las calles de la ciudad se libraban combates; los hijos de don Juan participaban en la contienda bajo las órdenes del general Leonardo Canal; a la hora de la cena los jóvenes volvían a su casa, hasta la noche que llamaron a la puerta como de costumbre y al asomarse don Juan a la ventana para constatar que eran sus hijos, una bala perdida raspó fuertemente su cráneo y lo derribó. Llevado a la cama pidió tranquilidad a sus allegados, porque su muerte -según les dijo- solo se produciría cuando la familia completara igual número de hijos que de nietos; los hijos eran catorce y los nietos doce, faltaban dos para cumplir el vaticinio; pero su hija Victoria, que esperaba un hijo, esa noche dio a luz gemelos, Juan y Carlos Garviras Ferrero, que vinieron a completar la suma fatal. 

“Don Juan Ferrero murió plácidamente en brazos de su esposa e hijos, el 31 de marzo de 1859, bajo la devoción gratísima de la Virgen del Sagrado Corazón, que desde entonces ampara la familia”.

Como queda dicho, entre mujeres y varones don Juan y Da. Leonarda tuvieron catorce hijos; una de ellas, Virginia, casó con el comerciante maracaibero – y cónsul de Venezuela en Cúcuta- don Domingo Pérez y Pérez3, y fueron los padres de Julio Pérez Ferrero. 

Como buen cucuteño, don Julio no solamente pertenecía a una familia de comerciantes (traían mercancías de la Isla de San Thomas, centro de las exportaciones e importaciones de Cúcuta, ) sino de gentes amantes de las bellas letras, las artes, la música, el teatro; sus tíos Ferrero fundaron en 1847 el “Instituto Dramático”, que proporcionaba a la ciudad culto divertimento4, al tiempo que destinaban los fondos de las entradas para la construcción del templo principal; las representaciones constituían éxito total de taquilla; anotamos algunos de los títulos de las obras representadas y sus actores: “Los Prusianos de Lorena”, “El Conde de Orange”, “Otelo”, “Macías”, “Guzmán el bueno” de Nicolás Fernández de Moratín, ”Don Frutos de Belechite”, “El Pelo de la Dehesa” de Manuel Bretón de los Herreros, ”La Lotería o la novia de 70 años”, “El Verdugo de Amsterdam”, “El Mendigo de Bruselas”, “ Ricardo Darlington” de Alejandro Dumas, padre, “Lázaro el mudo o el Pastor de Florencia”, “La Flor de un día” de don Francisco Comprodon, etc., obras que se estrenaban casi al mismo tiempo que en España”, como lo anota el médico Carlos Ferrero, quien agrega: “Componían el Instituto Dramático un notable grupo de señoritas y caballeros, bajo la dirección de don Aurelio Ferrero Leal: “Da. Virginia, Da. Cora, Da. Enriqueta y Da. Victoria Ferrero Leal; Da. Domitila y Da. Ercilia Luciani; Da. Dolores Gallardo y Díaz - primera esposa de don Aurelio Ferrero-; Da. Concepción y Da. Ezequiela Almeida; Da. Josefa Estrada; Da. Ramona Vega; Da. Chinca y Da. Juana Josefa Salas; Da. Porcia García Herreros; Da. Inés, Da. Rosa y Da. Mercedes Reyes Vega, Da. Cleotilde Reyes; Doña Pepita, Doña Corina y Da. Felicitas Sánchez; Da. Rosa, Da. Carmela y Da. Luisa Velasco y Da. Josefita Concha”. 

“Entre los caballeros figuraban: don Aurelio, don Carlos, don Numa y don Trinidad Ferrero Leal; Dr. Joaquín Castro; don José Atalaya, Don Rafael Matamoros, don Pedro Reyes, Don Juan Luciani,don Scipión, don Aristides, don Aníbal García Herreros, don Rafael Gallardo, don Juan E. Villamil, Dr. Fermín Medina y don Manuel Baralt. 

“El Instituto Dramático estaba situado cerca del Hospital y su dotación era muy aceptable, con palcos y amplia platea”. Don Julio vivió el terremoto que destruyó la ciudad en mayo de 1875; en su libro Conversaciones familiares, da su testimonio de la catástrofe, donde perecieron cerca de tres mil habitantes: “Nos sentábamos a la mesa a las 11 y 15 minutos de la mañana del día 18 y teníamos en las manos el programa de las fiestas (del 20 de julio) para leerlos de sobremesa: nos llevábamos a la boca la primera cucharada de sopa cuando un ruido subterráneo, ronco y prolongado, al que sucedió el primer sacudimiento de trepidación y enseguida otro y muchos más de oscilación (otros de circunvolución) que destruyeron totalmente la ciudad en cortísimo número de minutos. 

“Corrimos instintivamente hacia la calle y nos situamos en el centro de las cuatro esquinas cercanas a nuestra casa5, y desde ese punto vimos caer los edificios de toda una calle en que estaba la Botica Alemana (calle 10) como caen las cartas de naipes en sucesión continua, en confusión horrible…”

Cuenta don Julio que “para aumentar lo sombrío de aquel cuadro pavoroso” vino el saqueo, que fue contenido días después con el arribo de la fuerza militar comandada por los generales Fortunato Bernal y Leonardo Canal. “A quien esto escribe nombraron subteniente y dándole una escolta le ordenaron vigilar las salidas para San Luis…” 

“El saqueo terminó con el fusilamiento de un personaje llamado Piringo, en el Puente de San Rafael, a las cuatro y media de la tarde. Con esa dolorosa medida cesó el bandidaje y se aumentó en una más la cifra aterradora de las víctimas del terremoto…” 

Fue don Julio un hermoso señor, de raigambre cívica, respetadísimo entre sus conciudadanos - así fuesen de política contraria-, amante de su ciudad, hombre de carácter -aunque ecuánime-, conservador histórico, pacifista, civilista. Conspicuas plumas nortesantandereanas escribieron sobre sus virtudes intelectuales y cívicas; don Luis Febres Cordero, el más importante historiador del antiguo Cúcuta, anota: “Ha sido un ágil cultivador de las remembranzas nativas, sobre las cuales ha publicado el libro que se nombra al principio, (Conversaciones familiares, 1925), el cual viene a llenar un vacío en las crónicas de la ciudad, escritas por quien puede hacerlo ufanamente, testigo autorizad de su vida social en más de una centuria. Otro rasgo de su personalidad es el del estímulo protector a la juventud educanda, que le ha llevado a exhibir con brillo, al frente de varios colegios de Pamplona y Cúcuta, sus relevantes dotes de organizador y de conductor pedagógico. La fundación de la Escuela de Artes y Oficios en esta última ciudad adorna sus sienes con luciente lauro, en la fecundidad de su carrera”. 

El lingüista y antropólogo, padre eudista J.H. Rocheraux, en su libro Pamplona (1911), escribe: “Nacido en Cúcuta, don Julio Pérez se educó en esta región y completó sus estudios en Bogotá donde empezó el curso de Derecho. Siendo muy joven todavía fue elegido para el puesto de cónsul de Colombia en Venezuela, y desde entonces ocupó sucesivamente puestos de importancia, uno de ellos el del ramo de Instrucción Pública en el departamento; tuvo varios cargos militares de importancia en las ultimas guerras y fue nombrado Representante en el congreso.

“También ha dirigido varios periódicos, manifestando siempre en ellos sus convicciones de católico, su talento literario y su universal erudición completada por varios viajes a Europa. “Pero lo que siempre le ha atraído más ha sido la educación de la juventud. En su larga carrera no ha cesado de proteger las aspiraciones de los jóvenes. Cediendo por fin a este atractivo fundó un colegio privado de segunda enseñanza, el Liceo Católico6, que fue honor del Sr. Pérez. Se clausuró el Colegio en 1910, por haber aceptado su director la Rectoría del Colegio de San José. 

Finalmente anota su pariente Carlos Ferrero Ramírez de Arellano:

“Julio Augusto Pérez Ferrero, nació en Cúcuta el 9 de octubre de 1853; casó en Pamplona el 1º. de mayo de 1890, con Da. Ana Hernández Bautista. Varias veces fue miembro del Cabildo de Cúcuta, fue diputado de la Asamblea del Norte de Santander, secretario de Instrucción Pública. Notable, conversador y escritor, suyo es el libro Conversaciones familiares, que es parte de la historia de Cúcuta. “Fue un distinguido caballero que prestó invaluables servicios a Cúcuta y Pamplona. Notable institutor regentó con maestría varios colegios, como el Colegio de San José de Pamplona. 

Cuando las acciones del Ferrocarril de Cúcuta estuvieron en peligro, don Julio las salvó de que fueran vendidas, depositándolas en el almacén de su tío don Numa Ferrero”. 

Dejemos a la pluma  de don Julio que narra el episodio: “Comenzóse a hablar de un empréstito inglés que debía solicitar la compañía de acuerdo con un plan concebido lejos de la ciudad. Algunos en Bogotá se confabularon para comprar a plazo acciones que podían pagarse con los que a ellas correspondiese en el empréstito, y aun apoderarse de la suma cuantiosa perteneciente al distrito.

Para adueñarse de los 6.000 títulos del Municipio había que quitárseles la condición de inajenables que les daba una nota puesta al pie de ellas y bastaba cambiar estos títulos por otros nuevos que careciesen de esa nota para hacerlos enajenables. 

“Quien esto escribe, en previsión de lo que pudiera suceder pues tenía la certidumbre de lo que estaba sucediendo, fue al Táchira y en la muy respetable casa de comercio de su tío don Numa Ferrero depositó por largo tiempo los títulos que el municipio de Cúcuta posee en la Compañía del Ferrocarril”. En la primera sesión del concejo Municipal lograron imponerse como la junta directiva el Dr. Cuervo Márquez, Oscar Pérez F. y Julio Pérez F., e hicieron aprobar la cláusula siguiente: “El actual concejo municipal ….declara una vez más y para siempre que los títulos que el municipio posee en la Compañía del Ferrocarril de Cúcuta son intrasmisibles e inajenables”. 

El presidente Payán avaló la medida al día siguiente por telégrafo; tiempo después: “El Dr. Núñez decretó la creación de una junta administradora municipal del cuantioso producido del empréstito inglés y correspondiente al distrito, nombrando para constituirla a las siguientes señores: Trinidad Ferrero, Cristian Andressen Moller, Juan Atalaya, Eleuterio García, G. Fhingstorn, Juan E. Villamil, Florentino González, Julio Pérez F., y no recordamos cual otro”. Don Julio Pérez Ferrero y Da. Ana Hernández Bautista contrajeron matrimonio el 1º de mayo de 1890 y tuvieron catorce hijos, entre los cuales sobresalieron en la región monseñor Luis Pérez Hernández (“tío Padre” le decían sus sobrinos), Obispo Auxiliar de Bogotá, primer Obispo de la Diócesis de Cúcuta; Domingo Pérez Hernández, empresario, Ramón Pérez Hernández, abogado, gobernador de Norte de Santander, brillante escritor, autor de un “Análisis Espectral de Norte de Santander”. 

Don Julio murió el 22 de abril de 1927. El Congreso de la República honró su memoria mediante la Ley 50 de octubre de 1928: “El Congreso de Colombia a la memoria de Julio Pérez Ferrero, maestro de la juventud y gran patriota”.7  

Referencias

1. Justo regalo del Departamento hacerle entrega total del edificio a la Biblioteca en sus cien años. 

2. Cúcuta la gran ciudad. Cicerón Flórez Moya, Patricia Giraldo Cañas, Sixta Tulia Hernández Pérez. 2017 

3. Trajo a su almacén la primera máquina de coser que causó admiración general.

4. Cúcuta, ciudad teatral, apenas un año después del terremoto tuvo una importante sala, el teatro Guzmán Berti, construido por don Domingo Guzmán.

5. Según el relato, la familia Pérez Ferrero vivía en la acera occidental de la avenida.7ª., a pocos pasos de la calle 10, dato que su hija Isabel corroboró in situ a quien escribe: “por aquí vivían ellos”, me dijo; su padre la había traído a Cúcuta a pasar una temporada, inolvidable para ella; entonces era una chiquilla de siete años, rubia y graciosa, a quien en la familia llamaban Itapí; Don Julio vino de Pamplona a tomar posesión en la primera Asamblea del recién fundado Departamento de Norte de Santander, de la cual fue presidente. “Comíamos helados batidos en El Escobal –contaba ella-, que traían a la ciudad a lomo de burro, en barril de madera; papá podía parecer severo pero era afable y cariñoso”; cuando llegaba por las tardes a la casa, iba en su búsqueda con una mano en el bolsillo del saco, donde traía dulces para ella. 

6. El Liceo Católico vino a remediar en parte la falta de colegios, destruidos por la guerra civil de los Mil Días. 

7. Solano Benitez Guillermo. 50 años de vida nortesantadereana.

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