El municipio de Bochalema es conocido en la región por sus diversas riquezas naturales, como la cascada de agua blanca, el sendero de la virgen, su clima y paisajes, pero hay algo característico del lugar que es imposible no detenerse a observar: El Samán.
Ubicado en el parque principal del pueblo, este árbol es visitado por los turistas, quienes se sienten atraídos por su particular forma y tamaño.
Fue sembrado en 1888 cuando Cebero Olarte, quien pertenecía al Ejército, trajo su semilla al municipio.
Una vez plantado, el sacerdote Ramón García se dedicó a cuidarlo y con el paso de los años creció y se convirtió en un árbol inmenso.
Este Samán es hijo del Samán de Táriba y nieto del Samán de Güere, una familia de particulares árboles ubicados en diferentes partes del mundo. Entre sus características se destaca porque es milagroso, bonito y semejante a las alas del cóndor que aparecen en el Escudo Nacional. En él también se pueden ver las cuatro estaciones del año.
Este representativo árbol cosecha por temporadas una guama de donde se puede recoger su semilla y cultivarla.
Todos los turistas que visitan el pueblo quieren tomarse una fotografía con él porque aseguran que pueden descargar toda la energía negativa y llenarse de naturaleza.
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“Venimos de Santa Marta y este árbol nos llama la atención porque es grande, está en todo el centro del parque y es bastante antiguo. Llegamos aquí por curiosidad”, dijo Marbin Yaruro, quien estaba de paseo en Bochalema.
Otro de los motivos por los que las personas se acercan al árbol es para medir cuánto de grosor tiene. Para eso, algunos se agarran de las manos y lo abrazan para calcular su tamaño.
Francisco de Paula Bermúdez Hernández, un historiador bochalemero de 67 años, contó que una de las tradiciones es darle ocho vueltas al Samán y en medio del recorrido pensar cuál deseo quiere la persona que se le haga realidad.
“Hubo una vez una reina de Cúcuta que participó en un concurso nacional donde le preguntaron que de todos los municipios de Norte de Santander, cuál era el que más le gustaba a ella, y respondió que Bochalema porque en el parque estaba el árbol Samán, que era milagroso”, recordó Bermúdez.
Desde entonces, las visitas a Bochalema incrementaron y lo primero que hacen los pasajeros de los buses al bajarse es correr hacía el árbol para darle las ocho vueltas.
La patrona de Bochalema
Para cualquier bochalemero es una tradición visitar el santuario de La Virgen de la Cueva, un lugar sagrado donde se congregan los fieles creyentes del pueblo para orar por sus seres queridos, hacer promesas o pedir por algún milagro.
En el pueblo se desconoce la época en que la capilla fue construida, pero algunos se atreven a decir que aproximadamente fue entre los años 1500 a 1600.
Esa fecha se menciona porque fue en 1756 cuando se inauguró la iglesia del pueblo y antes de esto ya existía la capilla de la virgen.
La patrona de Bochalema, como es conocida entre sus habitantes, está acompañada de ángeles que la adornan y enaltecen su belleza.
Su historia empieza cuando un vendedor llegó al pueblo ofreciendo la imagen de la virgen y tocó a la puerta de Eusebio Gonzales, un hombre que se encontraba enfermo.
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Ante el insistente llamado del vendedor, Gonzales decidió comprarla con una condición: si él se curaba de la enfermedad que estaba padeciendo y la virgen le hacía el milagro, entonces le pagaba la imagen. El vendedor aceptó y con el tiempo don Eusebio mejoró y en agradecimiento por el milagro le pagó la virgen al comerciante y se dispuso a levantar el templo.
En el pueblo, historiadores aseguran que fue él quien tuvo la iniciativa de construir la capilla a la Virgen de la Cueva de Bochalema.
“Para nosotros es un templo sagrado religioso. La virgen les ha hecho milagros a muchas personas”, mencionó Bermúdez.
En Semana Santa, el santuario de Nuestra Señora de la Cueva reúne a miles de personas no solo del municipio, sino también de Norte de Santander.
Muchos asisten al lugar para pagar promesas y reafirmar su fé por la virgen.
La capilla fue remodelada hace 4 años gracias a la gestión del padre del pueblo y la colaboración de la comunidad, quienes los domingos compraban mute, parrilla y demás platos para recolectar fondos.
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