Luis Eduardo Lobo Carvajalino carga un montón de EX a sus espaldas: Exalumno, exdocente, exdecano, exrector, ex presidente, exdirector, exasesor, ex…, ex…, lo que demuestra la intensa actividad que ha desarrollado a lo largo de su fructífera existencia.
Pero hay algo en lo que todavía no es EX . Sigue siendo un escritor consagrado. No es EX, sino ES un escritor, ES un investigador, ES un lector desaforado.
Lobo Carvajalino nació en Ocaña, ciudad de la que vive enamorado y a la que le ha dedicado muchos escritos y muchos suspiros.
Cuando Luis Eduardo empieza a hablar de su natal Ocaña, nada ni nadie lo detiene. Y hay que sacar el rato para escucharlo. Porque tiene una mente prodigiosa que recuerda paso a paso su niñez, su escuela, sus privaciones de niño pobre, pero también sus ganas de estudiar y salir adelante.
Como en efecto salió. Salió de Ocaña y se graduó de bachiller en Bucaramanga y allí mismo siguió sus estudios superiores en la Universidad Industrial de Santander, cuando esta universidad mandaba la parada por sus ingenierías, famosas mundialmente por la calidad de la enseñanza.
Le fue tan bien a Luis Eduardo en sus estudios, que en la misma universidad fue profesor, decano, jefe de planeación y rector.
Allí conoció a otro ingeniero, Juan Francisco Villarreal Buenahora, un non plus ultra en materia educativa y organizacional, según Lobo Carvajalino, -y a la gente hay que creerle-, y quien hizo grandes transformaciones y valiosos aportes a la educación colombiana, desde la rectoría de la UIS y desde el Icfes, del cual fue director.
Pues bien. Lobo Carvajalino hizo una pausa en la intensidad de su ocañerismo, guardó los suspiros de nostalgia por el pueblo de sus mayores, hizo un paréntesis en los afectos que lo acosan, y publicó –acaba de publicar- un libro sobre su amigo y compañero Juan Francisco Villarreal Buenahora.
El libro relata toda la trayectoria de la vida de Villarreal, desde su nacimiento en Simacota (donde también nació el Eln) hasta su deceso hace pocos meses en Bogotá, pasando por diversos campos educativos, administrativos y empresariales, campo éste último en que también cosechó éxitos, pues, ya retirado de los asuntos públicos, se dedicó a la ganadería, donde obtuvo trofeos y reconocimientos que engalanaron aún más, si se puede, su brillante hoja de vida y las paredes de su casa.
El libro, ilustrado con imágenes de periódicos y revistas de la época, es un ameno recorrido de la parábola vital de Villarreal, lo que indica la capacidad investigativa de Lobo Carvajalino para esculcar archivos propios y ajenos y para meterse como ratón de biblioteca en sus libros propios y ajenos y para recordar chismes, propios y ajenos.
Pero además, la obra se enmarca en el contexto histórico de los años en que Villarreal y Lobo Carvajalino estuvieron como directivos de la UIS, con lo que el autor reafirma su vocación de amigo de la historia.
Termina el libro con una oración de Lobo Carvajalino: “Juan Francisco Villarreal Buenahora, paz en su tumba. Ante su fallecimiento, nos inclinamos con resignación, reverencia y gratitud, quienes fuimos sus amigos, los que estuvimos cerca de él en los triunfos y en las horas difíciles…hoy lo despedimos para siempre dejando pública manifestación de que nos ha dolido su partida”.