Los perros, como los humanos, se dividen en dos clases: los que tienen clase, apellido, nombre, pedigrí, y los chandosos, sin linaje, sin ascendencia de fama. Unos y otros (me refiero a los perros) tienen cosas buenas y cosas malas. Así es este mundo. Nadie es perfecto en la vida. Ni siquiera los perros.
De ellos se cuentan muchas historias bonitas, enternecedoras, sobre su lealtad hacia su dueño. Se sabe de perros que se han lanzado al mar para ir detrás de su dueño, que se fue en alguna embarcación.
Se sabe de perros que mueren al pie de la tumba donde enterraron a su amo, porque no quieren volver a levantarse de allí, ni siquiera para probar alimento.
En una vereda de mi pueblo hubo una vez una perrita, que cuando le quitaron sus crías, se fue detrás de sus cachorros para saber a dónde los llevaban.
Regresó la madre perra a su casa y desde el día siguiente, muy temprano, siguió viajando hasta donde estaban sus pequeñuelos, a dos horas de camino, para darles de mamar. Y luego regresaba a su casa. Así lo hizo hasta que los perritos crecieron y dejaron la teta.
En muchos lugares del mundo, como en Argentina, en España e Italia, se han levantado monumentos a perros, que por su fidelidad son dignos de recordarse. En Cali hay un parque del perro, con su respectivo monumento, erigido a Teddy, un perro policía que vivía por allí y jugaba en dicho parque con los niños de San Fernando.
Y la literatura está llena de historias perrunas. ¿Se acuerdan de aquel poema famoso del maestro Valencia: “Mísero can, hermano de los parias”?
Los perros de San Bernardo buscan y ayudan a gente que se ha extraviado en la nieve. Los animales llevan una cantimplorita de vino colgada al cuello, para que el extraviado se caliente mientras lo guía hacia el convento de los frailes de la comunidad de San Bernardo.
Son muchas las historias que se cuentan de estos perros, que muestran su heroísmo para salvar a quienes, agotados, han caído en la nieve.
Dicen los que tienen por qué saberlo, que los perros tienen un sexto sentido. Por eso, al caminante, con el que viajan por el monte, les avisan del peligro de una serpiente o de una fiera cercana.
El sexto sentido o precognición de los perros se ve muy comúnmente en nuestros perros domésticos. Ellos saben cuándo ya viene el dueño, aún estando a varias cuadras de su casa. Se alegran, mueven la cola y corren a esperarlo, y el amo aún demora unos minutos en llegar.
Pero también se dicen cosas no muy buenas de algunos perros. Por ejemplo, algunos, como ciertos humanos, muerden la mano de quien les da de comer. Otros se suben a las camas a hacer popó. Otros no se dejan educar. Pero todos son muy fieles, y en eso sí nos llevan una papita a los humanos.
El problema de los perros es su rabia, en lo que también se parecen a algunos hombres. Por eso hay que vacunarlos. A los perros y ojalá a las personas. Y al mordido de perro se le debe vacunar, de inmediato, porque la mordedura de perro es grave, si no está vacunado.
Me contó en estos días una señora, que a su pequeño hijo lo mordió un perro callejero probablemente sin vacuna. Lo llevó a una clínica y no lo atendieron por cualquier razón. Se fue entonces al Hospital Erasmo Meoz, de donde lo remitieron a la clínica donde ya había estado, porque era el único lugar autorizado para poner vacunas a los mordidos de perro. La señora con el hijo de la mano y con rebote de furia, regresó, peleó y pataleó, hasta que le vacunaron al niño. La Procuraduría ya está enterada del caso. ¡No hay derecho! Ni revés.