La primera semana de junio del presente año se realizará la IX Cumbre de las Américas en Los Ángeles (California) en la cual se reunirían los presidentes de los países de América Latina con el mandatario norteamericano y el primer ministro de Canadá; cosa que no han hecho desde 2015 por diversas razones. Estas Cumbres se iniciaron en la post Guerra Fría, desde 1994 en Miami durante el gobierno de Bill Clinton, donde se realizó la primera para analizar temas diplomáticos y comerciales entre los 35 Estados de las Américas, sin embargo, por diferentes razones, pocas veces han concurrido –o han sido invitados- todos los jefes de Estado de la región.
Pero lo que se conoce, hasta el momento de la organización de esta IX Cumbre genera inquietudes en diversos ámbitos regionales y no augura nada positivo y más bien sí una problemática reunión. Se ha conocido –no es claro si se trata de una versión oficial o de versiones extraoficiales- que tres países de las Américas no serían invitados, Cuba, Nicaragua y Venezuela, por ser considerados por algunas como regímenes políticos que no encajan plenamente dentro de los criterios de ‘democracias liberales’.
Esto generó inmediatamente diversas reacciones en la región. El primero que reaccionó negativamente fue el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, quien declaró que si no eran invitados todos los jefes de Estado de la región él no asistiría; en el mismo sentido se pronunció el presidente de Bolivia y la mayoría de los países de la comunidad de Estados del Caribe (CARICOM) igualmente dieron a conocer su intención de no asistir si no se invitaba a todos los jefes de Estados americanos. Esto, por supuesto, sin conocer las decisiones de otros países de la región, lo que pareciera anunciar es el fracaso de dicha Cumbre.
Sin embargo, la semana anterior se conocieron decisiones del gobierno del Presidente Biden ‘flexibilizando’ medidas contra Cuba tomadas por el anterior gobierno de Trump –lo relativo a los vuelos desde Estados Unidos y el envío de divisas a la isla de Cuba, que se habían normalizado durante el gobierno del Presidente Barack Obama, del cual Joe Biden fue Vicepresidente-, e igual medidas de flexibilización del embargo contra Venezuela y algunos gestos de acercamiento con Nicaragua. Todo lo anterior pareciera avizorar una ambientación para invitar a todos los jefes de Estado a la Cumbre de las Américas de Los Ángeles.
Adicionalmente, no es entendible, ni en política interna norteamericana ni para la región, que el Presidente demócrata que remplazó al republicano Trump, con visos de un tratamiento despectivos e impositivo para la región, fuera a continuar con decisiones de política propias del gobierno Trump –que en su momento fueron secundadas por gobernantes de derecha de la región- y no retomara el camino que abrió el gobierno demócrata de Barack Obama, de respeto en las relaciones con todos los países de la región y de buscar empezar a resolver impases históricos como el del ‘bloqueo’ a Cuba, una clara herencia de la Guerra Fría pero que a estas alturas de la historia no tiene ningún sentido que se mantenga, cuando Estados Unidos tiene relaciones plenas y estrechas con antiguos adversarios como el caso de Vietnam o la misma China y Rusia, para sólo mencionar a estas dos potencias protagonistas de la época de la Guerra Fría.
No hay duda que una buena Cumbre de las Américas en Los Ángeles podría ser un buen inicio para fortalecer las relaciones interamericanas, de una parte y de otra para comenzar una clara diferenciación en política interna frente a la administración Trump con miras a las elecciones internas de noviembre próximo-.