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Una final, con vino, luna y poesía
Hoy,  los que más frecuentan el vino son los artistas, los pintores, los músicos, los poetas y los intelectuales.
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Lunes, 9 de Septiembre de 2019

Cuenta la Biblia que en un matrimonio, al que habían invitado a Jesús y a su señora madre, María,  se les acabó el vino, cuando aún la fiesta no había terminado. La gente estaba prendida, la música estaba sabrosa, pero la licorería del pueblo ya estaba cerrada. 

¿Qué hacer? El novio saltaba matones, los músicos estaban secos y los invitados miraban ansiosos hacia los zurrones de cuero donde guardaban el vino. Pero el vino se había agotado. La única feliz era la novia, porque pronto la gente, sin bebida, se marcharía, y ellos podrían largarse a su luna de miel.

Lo que nadie conocía era la generosidad de María, que fue a donde estaba Jesús echando chistes con su gallada, los doce del evangelio, y lo llamó aparte.

-¿Qué pasa, madre?  

-Hijo, se les acabó el vino.

-Madre, ¿y ya les fuiste con el cuento de que yo hago milagros?

-No, Chucho, lo que pasa es que ahora tocará darles agua a los invitados, y estando tú aquí…que sabes hacer truquitos celestiales…pues...por eso intercedo…a ver…

-¡Ay, madre!  ¿Dónde tienen el agua?

Así es como conocemos el primer milagro de Jesús en público: Convirtió el agua en vino. Digo en público, porque en la casa nunca faltaban los peces en el fogón, ni el pan en la canastilla.  

Desde entonces, en toda celebración de caché, se da vino, que no hace arrugar la cara como el aguardiente, ni hace correr al baño como la cerveza, ni enflaquece el bolsillo como el wisky.  

Sin embargo, la primera rasca patriarcal fue la de Noé, cuando, para celebrar la salida del arca y el fin del diluvio, empezó a comer uvas por racimados hasta que le dio por ponerse a hablar carajadas y a echar discursos sobre el chulo que se perdió entre la borrasca y la paloma que regresó con una paja en el pico.  De tanto tomar vino, hecho con las muelas,  se le fueron las luces al pobre Noé, y se cayó de la rasca. O de la perra, dicen otros.

Hoy,  los que más frecuentan el vino son los artistas, los pintores, los músicos, los poetas y los intelectuales. Asistí el sábado pasado al cierre de la Fiesta del Libro, en la terraza de la biblioteca Julio Pérez Ferrero, organizado por la Asociación de Escritores de Norte de Santander. Poemas, luna, canciones, brisa y vino. Mucha gente, muchos aplausos, mucha alegría. La música estuvo por cuenta de un conjunto de la Universidad Simón Bolívar y el vino lo repartían la doctora Olga Marina Sierra, peso-pesado de la Universidad Francisco de Paula Santander, el presidente de los escritores, Ciro Pérez, y Mercedes Vivas, una poetisa de Venezuela. Los demás jartábamos.

Hubo poetas de los buenos como el maestro Cicerón Flórez, Fernando Chelle, José Logatto, Raúl Sánchez, Óver Mendoza, Annji Morantes, Liliana Varón y Nacho Cáceres. Y poetas invitados como Edgardo Mendoza, Roxanna Cormani y Manuel Rojas, también de Venezuela y también músico. Hasta un mago se apareció haciendo trucos debajo de la luna, y Miguel Ángel Rodríguez, el que hace de Bolívar donde quiera que ondea la tricolor.

Entre el público había caras conocidas como el poeta de las grandes ligas ocañeras, Oswaldo Carvajalino, doña Lola Vaca, amiga de los versos y las tertulias, y Gloria Romero, buena amiga y lectora infatigable. Y muchos más, cuyos nombres se me escapan.

La gente no quería irse, pero el reloj es implacable. La luna se escondió entre nubes,  la brisa cambió de curso, y,  lo más grave, el vino se acabó. Callaron, entonces, los poetas. La flauta y las guitarras se silenciaron. Y un chorro de nostalgia se regó por la terraza. La Fiesta del Libro había terminado. 

gusgomar@hotmail.com

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