Boris de Greiff (Medellín 1930) enrocó largo el 31 de octubre de 2011. Averígüelo, Vargas, por qué se fue el Día de las Brujas. Su calidad y calidez humanas no volvieron a mover las piezas del juego que amó. No quiso homenajes, misas, ni similares. Cremación en el barrio de los acostados y los que abandonan el tablero de la vida.
Caissa, diosa del ajedrez, nos deparó al hijo del panida León y doña Matilde Bernal Nicholls para que fuéramos más felices practicando ese deporte que nos regaló la India, según la leyenda que es más confiable que la realidad.
Fue el Ivonne Nicholls del ajedrez. Nadie ha hecho más en Colombia por este deporte que quien se tuteaba con la élite del que más que “un juego es una pasión”, en palabras que García Márquez puso en labios de Bolívar en “El general en su laberinto”.
El maestro Boris era de los que regalaba el pez y enseñaba a pescar. Fue amado por mucha gente anónima y en eso consiste la inmortalidad, decía uno que tenía el sueño como una de sus herramientas de trabajo: Freud
De Greiff empezó a acariciar las piezas de la mano de su primo Daniel Mesa. Complementó la educación el tío Otto de quien heredó su biblioteca ajedrecística. Los dos se dedican a reproducir partidas de grandes maestros en su nuevo hábitat, entre las estrellas.
“No hay de Greiff rico, ni bobo, ni godo”, solía decir, cuando se le salía el mamagallista. Sostenía que los Nicholls colombianos como su madre, forman una sola familia.
Los De Greiff Nicholls son parientes de Mr. Edward, espléndido anfitrión del Libertador Bolívar en Honda, cuando iba de regreso a la eternidad.
El inglés ahorcó la soltería en 1836 y se matrimonió en Marmato “contra” doña Salomé Mejía Villegas, de Salamina, Caldaw. El regreso a Epping, condado de Essen, en Inglaterra, quedó en veremos por los encantos de misiá Salomé.
Recordaba el memorioso Boris, bisnieto de Mr. Nicholls, que Bolívar dedicó sus últimos ocios a jugar ajedrez. Un fraile puesto ad hoc por Dios, Sebastián de Sigüenza, se dejaba ganar para subirle la moral. Por cierto, los Nicholls no le perdonan al Nobel de Aracataca que en su obra no identifique al anfitrión de Bolívar en las minas de plata de Santa Ana. El crédito lo encontraron en las memorias del general Posada Gutiérrez.
De Greiff es el único colombiano que podía contar que el Nobel García Márquez cubrió para El Espectador la partida que le ganó al pianista vienés Paul Badura Skoda, en casa de Fernando Gómez Agudelo, quien ponía música de Bela Bartok, el preferido del Nobel. El tío Otto apuntaba las jugadas. Iincluía a Mozart y a Bach en el menú.
La obra del maestro Boris corre publicada en numerosas libros y decenas de crónicas periodísticas. Era un apóstol de las 32 piezas. En la hermandad de los trebejistas todos lo admiraban y respetaban. No se dio nunca el lujo precario de coleccionar enemigos.
A él le debo la más espléndida derrota que he sufrido. Me puso a jugar contra el excampeón mundial Boris Spassky quien me mandó a las duchas en 28 jugadas. (El ruso jugó ese día contra 30 tableros, algo tan demoledor como hacer el amor igual número de veces seguidas).
Fue ajedrecista de primera línea. Hablaba y escribía con conocimiento de causa. Campeón nacional a los 21 años participó en nueve olimpiadas mundiales. Fueron 65 años dedicados al ajedrez.
Nadie más confiable que el maestro Boris como árbitro. En ajedrez hablaba ex cátedra, como losp. Es de los que se podía invitar a comer a la casa.
El cultísimo Boris le subió el nivel al ajedrez colombiano. De ñapa era una caja de música. Nos dijo adiós un caballero dentro y fuera de los 64 escaques. El mundo ajedrezado derrama una agradecida lágrima en su memoria.
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