En uno de sus mejores versos, el poeta Julio Flórez dice que “todo nos llega tarde, hasta la muerte”.
Podríamos aplicar su primera parte a varios hechos de nuestra historia como el voto femenino, el multipartidismo o la apertura a la inmigración, que nos llegó a la fuerza.
La campaña de Petro invita a adoptar como sistema de Estado el Socialismo del Siglo XXI que ya se está extinguiendo por su fracaso.
Ecuador, Perú y Argentina lo rechazaron de manera radical. Chile y Uruguay, simpatizantes solapados, eligieron gobernantes de centro derecha.
Brasil vive una crisis por acusaciones de corrupción de su líder socialista más aclamado, y Venezuela padece el régimen chavista sostenido sólo por la fuerza y la corrupción.
Honduras se apartó del sistema, y en el continente sólo subsisten, entre fuertes protestas, los regímenes “socialistas” de Nicaragua, Bolivia y Cuba.
Hace 10 años, bajo la Presidencia de Álvaro Uribe, Colombia era una isla rodeada de países con gobernantes que aclamaban al líder de la revolución bolivariana que dispensaba favores a costa de la riqueza del pueblo venezolano.
Chávez financió elecciones en varios países, pagó la deuda externa de Argentina, regaló aviones a Evo Morales, repartió crudo a través de Petrocaribe, sostuvo a Cuba con petróleo venezolano, invirtió en la crisis Hondureña etc., en una orgía de regalos con los cuales logró la adhesión condicional de sus vecinos.
Claro, eso se acabó con la ruina de Venezuela.
Recuerdo el patético episodio del presidente Uribe en la “encerrona” del Grupo de Río en Santo Domingo en 2008, defendiéndose, solitario, de las acusaciones de esos gobiernos por la operación colombiana cuando fue dado de baja Raúl Reyes en Ecuador.
Chávez rompió relaciones con Colombia y expulsó a su representación diplomática; Ecuador hizo lo propio, y los demás, como sumisos pajes, embistieron al presidente colombiano con furia.
Hay quienes aspiran (muchos por odio a Uribe) a que adoptemos ese socialismo trasnochado que Petro proclama con un discurso como el de Chávez, que ofrece acabar la pobreza, desterrar la corrupción, alcanzar la libertad política y expropiar a los propietarios para quedarse con sus bienes, por supuesto, sin trabajar ni hacer un esfuerzo personal para progresar.
Petro propone para Colombia una forma de Estado en que todo sea gratuito, pero sin la riqueza que tenía Venezuela que le permitió al líder bolivariano sostener sus quiméricas promesas durante 14 años hasta cuando, agotadas las arcas públicas, solamente legó miseria y corrupción. El presidente Maduro no es el culpable de esa tragedia, sino el majadero sucesor, impuesto por Cuba, de la ruina que sembró su Comandante.
Si gobernara Petro, Colombia sería una isla exótica en un mundo que trata de superar la debacle socialista. Venezuela, arruinada, no exporta sino emigrantes, guerrilleros y, probablemente, dólares para apoyarlo. Argentina está ocupada en recuperarse; Ecuador trata de quitarse el yugo de Correa; Perú procesa a Ollanta Humala por deshonesto; y en todo el Cono Sur soplan vientos de rectificación. Pareciera que Colombia es el objetivo de Cuba y del chavismo como última tabla de salvación.
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