El hombre llegó a la Academia con una sonrisa más grande que el libro que llevaba. Un libro gigante, de pasta dura, azul.
Se sentó y escribió la dedicatoria: “A la Academia de Historia de Norte de Santander, cuna del conocimiento y patrimonio histórico, literario y cultural de nuestro grandioso departamento. Con afecto, J M Pinzón R”.
Se sobró el hombre. Lo entregó y volvió a sonreír con ancha sonrisa, porque parece que la alegría es su compañera inseparable y porque dejarle a la humanidad semejante legado de historia, debe causar inmensa satisfacción.
José Manuel Pinzón Rojas, uno de los más grandes ortopedistas y traumatólogos de la ciudad y del país, ahora anda metido de tratadista e investigador de la historia de su especialidad: la reparación del esqueleto humano.
Ese es un hueso difícil de roer, dice el refrán, pero yo pienso que más difícil es remendar los huesos para que el cuerpo siga caminando y echando pa´lante. Los ortopedistas cambian huesos, ajustan tornillos, ponen bisagras y acomodan platinas hasta lograr que el cuerpo destrozado vuelva a andar y sirva para algo.
Y escribir sobre esa hazaña sólo lo puede hacer alguien que, como el Dr. Pinzón, lleva casi cincuenta años metido en el quirófano en esa labor.
Me imagino que, después de cada cirugía, de cada compostura, de cada implante, el médico mirará su hechura y con un soplo le dirá al paciente, como en el paraíso: “Camina”.
Y verlo caminar, primero rengo, y después derechito, debe ser motivo de inmensa satisfacción para el ortopedista, que hizo el milagro.
Pues bien. De ese oficio y de la historia de los que lo ofician, trata el libro Historia de la ortopedia y traumatología en Colombia. El Dr. Pinzón Rojas tiene sobrada autoridad moral e intelectual para escribir sobre el tema, pues fue presidente de la Sociedad colombiana de cirugía ortopédica y traumatología, y sigue siendo uno de sus directivos.
Para orgullo nuestro el hombre es cucuteño. No de nacimiento, sino por adopción, pero se siente más cucuteño que muchos de los aquí nacidos. Nació en Tunja, estudió medicina en Popayán, donde se graduó con doble título: el de médico y el de su matrimonio. Casado con Lucy, una bella payanesa, hizo de ella su compañera inseparable. Se la llevó a Bogotá donde él hizo su especialización y luego se la trajo a vivir a Cúcuta, donde se volvió tan cucuteña como él y como sus hijos menores.
Como lo que se hereda no se hurta, su hijo mayor también es médico. Y también es ortopedista. Y, por si fuera poco, también se llama Juan Manuel Pinzón. “A mí me tiene caminando Pinzón el viejo”, dicen los pacientes mayores, con un tonito confianzudo e irreverente. “ A mí, en cambio, me paró de la silla de ruedas, Pinzón el muchacho”, dicen los no tan viejos.
La Sociedad colombiana de cirugía ortopédica y traumatología tiene 70 años de fundada, y de ella trata el libro de Pinzón, el viejo. Pero sus investigaciones lo remontan hasta el hombre primitivo que, aunque no tenía moto, también se partía las piernas y se le zafaba el hombro y se le torcía la columna. De manera que el libro se torna también interesante para los profanos, por la historia que relata desde que el hombre dejó de ser orangután, hace dos millones de años, hasta nuestros días. Y luego toca todo lo relativo a la Sociedad.
Resulta sorprendente la evolución que ha tenido el tratamiento de los huesos rotos y los traumas que ocasionan. Los antiguos curaban con barro y con cataplasmas de hierbas y menjurjes, pero los huesos quedaban chuecos. Hoy todo es con imágenes diagnósticas y cirugías.
En mis años mozos me caí de un caballo y me partí un brazo. Entre lloros, gritos y lágrimas acudimos donde el traumatólogo del pueblo, un carpintero, que hacía tablillas de madera y las ajustaba sobre el brazo roto. Hoy, cincuenta años después, aún me duele la fractura y no puedo santiguarme bien, pues el brazo no alcanza a llegar hasta donde se dice amén. Me hizo falta un Pinzón, cualquiera de los dos, el viejo o el muchacho, que ambos son buenos.