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Se nos quema el mundo
Pero lo que la humanidad entera que entre cadenas gime, hoy lamenta, estupefacta, es la quema del pulmón del mundo, del que depende la vida de todos nosotros, la quema de la Amazonía.
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Miércoles, 28 de Agosto de 2019

Recuerdo varios incendios, algunos que he visto de cerca, y otros lejanos, que también me han conmovido. Una noche, sin luna y sin estrellas y sin luz en el parque de Los Naranjos, se quemó la gobernación de Norte de Santander. 

Nadie supo en qué lugar se dio el corto circuito que dio origen a las llamas, ni cuál fue la vela causante, ni qué mechera produjo la chispa incendiaria. Los que creen en fantasmas dicen que ven en noches de verano la figura de un negro alto y robusto, que corre por los pasillos de la Gobernación, como desesperado, con un balde en la mano, tratando de apagar algún incendio. Y hablan del Negro Thomas, un vigilante de aquella época, que trató de detener las llamas, pero corría en sentido contrario al avance de la conflagración.

Soy muy sensible al fuego y le tengo un miedo pavoroso. Por eso le temo al infierno y estoy seguro de que, cuando muera, no seré huésped de don Sata. La noche que se quemó la gobernación no pude volver a dormir, pensando en que se había quemado un pedazo de nuestra historia. En efecto, se quemó la historia laboral de los servicios que yo le había prestado al departamento, y aún hoy no he podido rehacerla para mi jubilación. ¡Toda una tragedia! 

En clases de historia aprendí que Nerón le prendió fuego a Roma para echarles la culpa a los cristianos, y que, con su cítara, tocaba y cantaba canciones de júbilo presenciando el incendio. No creo mucho en ese cuento pues los músicos son personas nobles, generosas y llenas de amor. Incapaces de hacerle mal a alguien, como lo hizo Nerón.

Me estremezco al pensar en lo que perdió la cultura universal cuando el incendio de la Biblioteca de Alejandría, la biblioteca más grande y más importante de la antigüedad, donde dicen que ardieron  miles y miles de libros de todas partes del mundo. 

Podríamos seguir enumerando casos de incendios famosos, que sacudieron las páginas de la historia, como aquel fatídico 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, cuando se quemó medio pueblo de Las Mercedes. Era un ardiente medio día, después de la misa solemne. Los pueblerinos y los campesinos acompañaban a la Virgen en su procesión por las dos calles del pueblo,  cuando un volador, un infame volador, en lugar de estallar en los aires, cayó encendido sobre el techo de paja, de una de las casas cercanas a la iglesia. De inmediato se produjo la quema  y el viento se encargó de regar chispas sobre otras casas. No había bomberos ni acueducto, y el agua tocaba llevarla en baldes, ollas y calabazos de la quebrada cercana. Muy pronto el fuego hizo de las suyas. Medio pueblo quedó convertido en cenizas. De las treinta casas, quince se quemaron, y quince familias quedaron en la carramplana.

Pero lo que la humanidad entera que entre cadenas gime, hoy lamenta, estupefacta, es la quema del pulmón del mundo, del que depende la vida de todos nosotros, la quema de la Amazonía. Y, a pesar de que le echan agua, no por baldados como en Las Mercedes, sino por avionados, la cosa sigue ardiendo, los árboles siguen cayendo y el mundo empieza a morir, como Sodoma y Gomorra, aquel castigo divino de que nos habla la Biblia.

Nadie para el incendio, nadie detiene las llamas, y si Dios no se pone casco, botas y traje antiinflamable, y baja a ayudarnos, en poco tiempo la tierra morirá achicharrada y achicharrados moriremos nosotros, como los miquitos de la selva que, por estos días, nos muestran los noticieros.

Las llamas son gigantes y gigantescas  las bocanadas de humo y gigantesco el miedo, pero el esfuerzo de los gobiernos es todavía enano. Tal vez cuando los presidentes sientan las nalgas calientes porque sus sillas ya comienzan a arder, tratarán de pellizcarse. Ojala para entonces, no sea demasiado tarde.

El incendio es inmenso y la tierra, demasiado pequeña. Cuando se quemó la casa de mi abuelo Cleto Ardila, yo escribí un poema que termina así: Era pequeña la casa del abuelo/ Sólo la vimos grande, la noche del incendio.

gusgomar@hotmail.com

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