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Se nos metieron al rancho las mujeres
Se metieron en la política y en algunas partes han llegado hasta las presidencias de estado.
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Jueves, 11 de Junio de 2015

Sí, señor. Se nos metieron al rancho. Desde que en el mundo entero salieron con el aspaviento del sufragio universal, y desde que en nuestro país aprobaron el voto femenino, ellas empezaron a tomar fuerza y se han ido metiendo en nuestros asuntos y nos han venido desplazando de asuntos que antes eran solamente nuestros, enteramente nuestros.

Se metieron en la política y en algunas partes han llegado hasta las presidencias de estado.

En Colombia no lo han alcanzado, pero ganas no les faltan y candidatas nos han sobrado.  Se metieron de legisladoras, de magistradas y juezas, y hasta de ministras.

Y hablan de porcentajes femeninas en la administración pública. Y demandan, si el porcentaje no se cumple.

Se salieron de los hogares a trabajar en oficinas, y desde entonces nos toca comprar el almuercito en el restaurante de la esquina, y se les olvidó remendar y trapear y planchar.

Se salieron a trabajar y les quitaron la chanfa a los varones, y el desempleo masculino se elevó a tasas que ni siquiera el Dane es capaz de calcular.

Se dieron sus mañas y ahora prestan el servicio militar y escalan posiciones y se ganan sus galones, con la misma o más bravura de los hombres.

La religión, tan celosa de sus principios y sus dogmas y sus ritos, dio también un paso atrás, y ahora las vemos en los altares, soplándole las oraciones al cura y bautizando y casando parejas (las pocas que se casan) y repartiendo comunión. Antes, a lo máximo que podían aspirar era a rezar el rosario con letanías en el mes de la Virgen, y eso desde las bancas del populacho.

Ahora se trepan hasta el ambón, porque ya no existen púlpitos.

Se nos metieron al rancho, y usurparon todas nuestras funciones. Hasta hace unos pocos años, los hombres teníamos el sagrado derecho de amar a las mujeres y de consentirlas y de hacerlas felices.

Pues hasta eso ahora nos lo negó la sociedad moderna. Ya las mujeres se quieren entre ellas mismas y se consienten y se hacen felices. Y a nosotros nos toca hacernos los de la vista gorda. Por eso a muchos hombres les ha tocado buscar querencia entre los mismos hombres.

Digo todo esto, mirando los periódicos de estos días, que dan cuenta del Mundial de fútbol femenino, que se lleva a cabo en Canadá.

El fútbol era una de nuestros más preciados tesoros en los guayos y en las torcidas y peludas piernas de los varones. Hoy ellas dan pata y meten zancadilla y rompen espinillas con la misma destreza con que se destrompan los hombres. Y celebran los goles con movimientos obscenos de cintura, como cualquier gamín de cancha improvisada.

Se nos metieron al rancho. Tenía la esperanza de que en los diálogos de paz de La Habana, tan grandes decisiones sería cosa sólo de hombres, que son los que hacen la guerra. Me engañé. Hasta La Habana llegaron ellas, alegando ser parte del pre, del y del postconflicto.

¿Y ahora qué nos espera? Dentro de mi interior, pido a Dios que este modernismo no dure mucho, para que el mundo vuelva a ser  como antes, miti y miiti,  en el que los hombres nos dediquemos a querer a las mujeres, tan hermosas que son. Y que ellas se dejen querer. Porque así como vamos, el mundo se va a llenar de puros machos. ¡Qué jartera!

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