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San Valentín y Cristina Ballén
Cuenta, precisamente, que al frente de la Plazuela Almeyda inició su primer negocio.
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Miércoles, 12 de Febrero de 2020

La iban a poner Valentina, por el día en que nació, un 14 de febrero, pero a última hora los papás se decidieron por Cristina, que viene de Cristo. Valentina Ballén también hubiera sido un nombre bonito y pegajoso para sus amigos, para su colegio y para sus compañeros de la Academia de Historia. Pero no fue así, y nos tocó conformarnos con Cristina, aunque no faltan quienes la llamen Cristinita.

Pamplonesa, de cachetes colorados y de mantilla para ir a misa, siempre se ha sentido orgullosa de su tierra natal y habla, cada vez que puede, de su infancia por los lados de la plazuela Almeyda, del frío y de la escarcha de su ciudad, de su Instituto Piloto donde estudió Supervisión escolar, y de los grandes hombres de su tierra.

Cuenta, precisamente, que al frente de la Plazuela Almeyda inició su primer negocio. Era apenas una mozuela, colegiala, que salía los domingos a montar en bicicleta, pero la conmovían los niños que la miraban pedalear y correr y competir y no podían hacer lo mismo por falta de bicicleta.

Se le ocurrió una idea genial. Mientras ella descansaba, les dejaba su bicicleta para que montaran, a cambio de algunas monedas. Y su idea fue más genial cuando se consiguió otra bicicleta y alquilaba las dos. Las monedas siguieron llegando y los bolsillos del delantal se siguieron llenando. Compró otra y otra y otra, de segunda mano, obvio, por lo baratas. 

Cuando tuvo diez bicicletas, se vio obligada a conseguir un local. Y lo consiguió. Estudiaba entre semana, y los domingos negociaba. Como ya no hacía ejercicio, fue perdiendo la figura estilizada que tenía, pero también su bolsillo fue engordando. 

El negocio acabó cuando debió venirse a Cúcuta a terminar estudios en la Normal de señoritas de esta ciudad. Después regresó a Pamplona a estudiar en el Instituto Piloto, hoy conocido como ISER.

Fue maestra en Cúcuta, pero Cristina ya había aprendido a ser empresaria y decidió jugarse el todo por el todo. Renunció al magisterio oficial para montar su propio colegio.  Y no lo hacía tanto como negocio, sino por ayudar a las niñas que no podían costearse sus estudios, lo mismo que en el caso de las bicicletas lo había hecho para ayudar a los niños que carecían de ellas.

En esos dos casos se ve el parecido de san Valentín con Cristina: el deseo de ayudar. Valentín, un cura cristiano de Roma, ayudaba a los soldados a que se casaran, porque les era prohibido. Los estimulaba en el amor y a escondidas los casaba. Cristina ayudaba a las niñas cucuteñas, no a que se casaran, sino a que aprendieran una profesión digna, y por eso creó su colegio de orientación comercial.
   
Se sabe que cuando fue a registrar su colegio, la señorita Ballén no le tenía nombre, y el funcionario que la conocía, le dijo pongámosle el nombre suyo, y así nació en Cúcuta el que fuera afamado colegio  Cristina Ballén, que durante muchos años ayudó a la educación de señoritas de escasos recursos económicos.  El municipio, al ver la valiosa obra del colegio, le otorgó becas, pero un mal día, otro alcalde, de malas pulgas, y viendo que no podía aprovechar el colegio para obtener votos, le quitó las becas, el colegio entró en crisis y Cristina se vio obligada a cerrarlo.    
   
Se dedicó entonces a la Academia DE Historia y a hacer obras sociales. Con la venta de pupitres, escritorios, máquinas de escribir, libros, tiza y tableros, recogió unos pesos que puso a producir y de ellos se sostiene y brinda ayuda. 
   
Su misión como la del santo de su día, es ayudar. Y la sigue cumpliendo, a pesar de los achaques que no faltan: el reumatismo, dolor de coyunturas, la espalda, la visión, el oído (ahora sólo oye lo que le conviene) y otras dolencias menores. Pero flojera nunca le da. Sigue activa, leyendo y escribiendo y mañana cumplirá 91 años, bien vividos. Le lloverán llamadas y felicitaciones. Pero no le manden tortas porque no come dulce.

gusgomar@hotmail.com

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