
Cada año, el 22 de abril celebramos el Día de la Tierra como una especie de ritual de conciencia ecológica colectiva, donde se busca socializar y llamar la atención sobre los desafíos que enfrentamos como especie que, impactan el planeta y la vida de todas las especies que lo habitan. A manera de conmemoración de esta fecha, quiero hacer referencia a lo quizá puede ser la crisis ambiental venidera o presente, más importante o incluso de mayor impacto que el cambio climático, hablo de la inmensa masa de microplásticos a la que estamos expuestos y que hemos acumulado durante décadas en nuestro entorno, agua, suelo, plantas, animales y en los cuerpos de los seres humanos.
Recientemente venimos escuchando que el plástico está en todas partes, que muchos de los productos de consumo diario, generan residuos plásticos y microplásticos que terminan en los océanos, en los suelos, e incluso podrían estar en la cadena alimentaria… Pero ahora, gracias a una investigación reciente, publicada en Nature Medicine (Bioaccumulation of microplastics indecedent human brains), sabemos que también está dentro de nuestros cerebros. Literal, y no es una metáfora es ciencia dura, fría y con resultados preocupantes.
Pues, los investigadores encontraron nanoplásticos (nanopárticula= milmillonésima parte de un metro) en el tejido cerebral humano, incluso en hasta 30 veces más que en el hígado o los riñones. Pero eso no es todo, los cerebros de personas con demencia tenían niveles notablemente más altos, lo que plantea una pregunta urgente: ¿el plástico está jugando un papel en las enfermedades neurodegenerativas?
Hasta ahora, sabíamos que los plásticos contaminaban nuestros ecosistemas, que se encontraban en peces, en la sal marina, en el agua embotellada e incluso en la placenta humana. Pero el cerebro… ese templo sagrado de la conciencia, la memoria y la creatividad… ¿invadido por fragmentos de polietileno? No se trata solo de ciencia. Es una alerta existencial, hemos creado un material tan omnipresente, tan resistente y tan poco regulado, que ahora somos sus recipientes. Y como buenos recipientes plásticos, parece que también somos desechables.
Hay quienes aún creen que esto es un problema de los ambientalistas exagerados. Pero cuando el plástico entra en el tejido neuronal, el debate cambia de canal: ya no es solo ambiental, sino sanitario, social y ético. ¿Qué responsabilidad tiene la industria? ¿Dónde están las políticas públicas? ¿A más plástico más enfermedades? Y lo más incómodo: ¿qué tanto estamos dispuestos a cambiar nuestros materiales?
Como sociedad, hemos normalizado vivir entre residuos: físicos, digitales, emocionales. El plástico en el cerebro es quizás el símbolo perfecto del colapso de la frontera entre lo externo y lo interno.
Ya no solo contaminamos el planeta; nos estamos contaminando a nosotros mismos, neurona por neurona. Este no es un llamado al pánico, sino a la acción. No basta con reciclar botellas y evitar pitillos y plásticos de un solo uso. Se necesita innovación, regulación, educación y una revolución cultural que entienda que el plástico no es neutral, ni eterno, ni inocente. Y sobre todo, se necesita más ciencia: más cerebros investigando cerebros, antes de que los plásticos piensen por nosotros.
*Profesor de Facultad de Ingeniería de la Universidad de Antioquia. Doctor en Ingeniería, investigador en Economía Circular y Modelos de sostenibilidad.
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